diumenge, 20 de setembre del 2015

Lo que una vez significo ser europeo.

Asistimos cómodamente desde nuestros televisores a un nuevo “reality show” por cortesía de las empresas dedicadas a la información: el drama de los refugiados sirios. Hay que reconocer que en otras ocasiones, otras temporadas como fueron las del genocidio sistemático en África o la criminal intervención en Iraq, las audiencias no se engancharon como en este caso. Tertulias, campañas, informaciones y enviados especiales se aprestan para limpiar la conciencia del ciudadano europeo y no impedir que siga consumiendo. Otros programas similares, con muchas más temporadas en antena, como el drama del pueblo palestino o del Sáhara, solo tienen emisiones residuales, y eso siempre que una catástrofe natural no inunde de miseria la pantalla plana de muchas pulgadas.
Quizás la diferencia estribe en que la experiencia del programa amenaza directamente con pasar del canal televisivo y el sesudo análisis de tertulianos que, igual opinan de las causas de la guerra en Siria que de las pesquisas policiales en el caso de Yeremi Vargas, a nuestras calles. La audiencia de la Unión Europea reacciona así como prevención, alentada por intereses muy claros, provocando ante el espectáculo y el escándalo directamente asociado un grito desde nuestros palcos privados que resulta inútil para los implicados: las víctimas inocentes. Poco análisis hay, salvo honrosas excepciones, del problema que radica en la mal llamada solidaridad europea. Nos creemos a salvo, pero solo somos peones en el juego.
Quizás todo se nazca de un equívoco: jamás ha existido Europa o lo europeo más allá de la geografía física. No deja de ser “Europa” un concepto idealizado que responde según las vicisitudes que la rodean a diversas inquietudes, casi siempre respondiendo a intereses privados de grandes familias o compañías. Primero fueron dinastías familiares. Más tarde, tendencias políticas herederas directamente de los privilegios de las dinastías. Finalmente son las élites económicas las que empuñan “Europa” como su insignia, mientras se enriquecen a costa de los europeos y les venden la imagen que les interesa, nunca la que podría ser. Todas esas tendencias prostituyeron un ideal según sus intereses y lo vendieron al resto del mundo. Y el resto del mundo lo compró. Un ideal atractivo de libertad (para ser esclavo), igualdad (para ser esclavizado) y donde la fraternidad fue sustituida por la solidaridad (mucho más económica). Solo cabe recordar aquí la frase de Mariano Rajoy sobre la solidaridad a cambio de nada.

Para el que ha viajado fuera (entendamoslo geográficamente más allá de los limites europeos), dejando de lado resquemores nacionalistas de cada país, ser europeo era una etiqueta de prestigio. A pesar de ser responsables los pueblos europeos y sus gobernantes de la mayoría de masacres, barbaridades, infamias y genocidios de la historia, el concepto sigue llevando asociado cierto aire de glamour: ser europeo da prestigio en el resto del mundo. Seguramente dicho prestigio entre en dura pugna con el de los norteamericanos (¡ojo! Solo de países angloparlantes, no latinoamericanos) como los dos grandes denominativos de población de prestigio en el mundo actual.
Deberíamos discutir quizás ahora de que territorios o pensamientos podemos identificar con esta Europa de prestigio. Para ello deberíamos empezar diciendo que el concepto de europeo actual, que a sus elites les gusta divulgar, cuyo nacimiento se establece en la Grecia clásica en el primer milenio anterior al nacimiento de Cristo, abarcaba ambas orillas del mundo Mediterráneo y excluía totalmente los actuales Países Nórdicos, Alemania, Austria, Rusia… solo en la edad media dichos países fueron desplazando el eje de “lo europeo” abandonando al Norte de África, seguramente por tendencias militares y religiosas. Muchos ciudadanos europeos lo desconocen y ven esas regiones en la actualidad como bárbaras, olvidando que hace solo unos cientos de años, el esplendor cultural de occidente estaba en Córdoba, Bagdad y Damasco. Es en este punto cuando se argumenta que Europa es de raíces cristianas, cuando es y fue en gran medida el propio Cristianismo el que puso en riesgo la primitiva idea de la humanidad clásica. Todo este análisis del origen del concepto resultaría demasiado extenso para este artículo, quizás en otra ocasión.
Retomando el hilo anterior, Europa o ser europeo se equipara actualmente en el mundo a derechos humanos, a seguridad laboral, a libre circulación de personas, a seguridad, a educación libre y no doctrinal, a sanidad y salubridad, a un mercado laboral que mira por el bienestar de sus trabajadores y a un estado del bienestar que mira por el bien de todos… muchos conceptos que conocemos pero que no estamos seguros de sí disfrutamos. También a instituciones democráticas y a una ciudadanía con valores, ejemplar y que recupera la idea clásica de la ciudadanía participativa griega. Y esto señores, es una estafa de Europa al mundo. Esa Europa casi no existe, porque no se la deja existir.
Este ser europeo (a partir de ahora lo resumiremos en esta expresión) es una invención de una élite para vender su producto al resto del mundo y a su propia ciudadanía. Esta ciudadanía, que si tomara conciencia de sí misma podría llegar a ser ese “ser europeo” tan admirable, es solo en algunos casos muy específicos real, resultando la mayoría de la población europea solo potencialmente con estas características. Lo cierto es que la conciencia europea es minoritaria. Deberíamos preguntarnos el por qué. Os encontraríamos seguramente con la indiferencia mayoritaria hacia la educación, convirtiéndola solo en un saber hacer, no en un saber pensar.
La Unión Europea surge, en su primitivo embrión, como una asociación mercantilista, de negocio y para ayudar a las élites europeas en el mantener sus privilegios en la Europa tras la segunda Guerra Mundial. No era interesante para ellos cambiar el modelo que nos había llevado al desastre, solo domesticarlo, darle una nueva imagen y venderlo con la bendición del nuevo amo del mundo. A pesar de eso, un grupo ideológico minoritario ve el potencial de dicha unión de países, abandona el ideal revolucionario y entra en el sistema para dominarlo desde dentro y poder cambiarlo con un trabajo de décadas. Así, con el camino lento pero aparentemente seguro van poniendo los cimientos de lo que terminara siendo en los 70, 80 y 90 del pasado siglo XX la Unión y el estado del bienestar. Esa es la socialdemocracia europea, que conseguirá mejores derechos sociales, solidaridad entre estados y dos hitos: el abandono de las fronteras y la moneda común. El siguiente pasó, el estado europeo que nos haga a todos ciudadanos iguales en derechos y deberes necesita de un trámite: una constitución común que abandone los viejos y obsoletos modelos nacionales. Una nueva visión del mundo para el siglo XXI y en cierta manera una “imitatio alexandri”, pero basada en la democracia y la colaboración.
Pero frente a esto, los garantes del antiguo orden, conservadores de profundas raíces religiosas, con características xenófobas en muchos casos u “ordenados” como afirman sin vergüenza alguna, también están organizados. Ellos rechazan una moneda única, un estado único, el libre tránsito de personas o una legislación única. Solo pretenden mantener sus privilegios y enriquecerse. Son alérgicos a cualquier cambio o mejora. Esos sectores minoritarios, obtienen generalmente un gran apoyo popular. Unos apoyos que siempre han alimentado a partir de desilusionados, expulsados del sistema o fracasados con origen en las clases más populares. Les cautivan mediante su supuesto brillo y su atractivo actúa como danza cautivadora, consiguiendo, por medio de métodos democráticos, obtener el dominio en la mayoría de países de esa Europa generada con valores socialdemócratas. Aprovechan además los momentos de crisis e imperfección del modelo para asir el poder y dominar todas las facetas del estado, partiendo de los medios de comunicación de masas. A través de ellos, vencen y convencen. Y claro, a ellos este sistema no les gusta. Su labor principal es desmontarlo y vender ese desmontaje como una mejora del mismo, generando con ello su primacía.
¿Cómo va a defender el estado del bienestar, el tratado de Schengen, o la moneda única partidos que se opusieron desde sus inicios al proyecto Europeo, como son el de Merkel, el de Sarkozy o el de Rajoy? ¿Cómo van a evitar tendencias imperialistas, sirva de ejemplo la situación acontecida con las primaveras árabes (abandonadas a su suerte una vez obtenido el rédito económico buscado con el cambio de gobierno) si son herederos de las posiciones que nos llevaron a la Gran Guerra?; ¿No es irónico que gente que votó contra la Unión Europea o defendía posiciones contrarias sean ahora sus dirigentes?
¿Qué puede hacer el ciudadano para solucionar esto? Lo que siempre puede hacer, emplearse, sacrificarse y ponerle horas de dedicación al bien común. Es completamente erróneo pensar que estamos en una burbuja y no nos afectan las cosas del vecino de abajo. Si a este se le incendia la casa por un electrodoméstico que le hemos vendido defectuoso, como mínimo nos va a llegar el humo.
El ciudadano europeo debe tomar conciencia del ser europeo. Dejar de viajar envuelto en la mentira que han vendido al mundo y luchar efectivamente por ella, realizando las acciones necesarias. ¿Cómo no van a querer venir a la luz de la sociedad europea ciudadanos que provienen de la oscuridad? Sin entrar en el debate de quien es el responsable de cobrarles la luz que les deja en la oscuridad (normalmente los mismos que nos gobiernan). Esto último nos obligaría a un nuevo artículo.
Me siento tan patriota de Latinoamérica, de cualquier país de Latinoamérica, como el que más y, en el momento en que fuera necesario, estaría dispuesto a entregar mi vida por la liberación de cualquiera de los países de Latinoamérica, sin pedirle nada a nadie, sin exigir nada, sin explotar a nadie. En esta frase de Ernesto “Che” Guevara está implícito cual es el sentimiento que el ser europeo debe interiorizar. Demasiado seria exigirnos, cuando el mensaje del propio Che no caló lo suficientemente rápido en Latinoamérica, que consiguiéramos que fuera un pensamiento valido extrapolable a toda la humanidad. Tan solo con que fuera un pensamiento común de la ciudadanía europea, un camino y un fin, sería el principio del fin. Evitaríamos así situaciones que nos trajeran imágenes como las que sin duda, si ustedes responden al ideal del ser europeo, les harán temblar de indignación cada vez que esos comercios llamados “medios de comunicación” se las muestran entre anuncios de marcas comerciales.


Mientras tanto, el ser europeo que las contemple, solo puede sentir vergüenza de ser europeo. Como el ser humano que se precie, con los gobiernos actuales, solo podemos sentir vergüenza de la Europa de mercaderes.

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