Quizás sea parte de la utopía en la que creemos algunos, en la que nos criaron de pequeños, pero hubo un tiempo, breve, en que ser europeo tenía apellido.
El paraíso que significó la Unión Europea en los años noventa del pasado siglo lo hizo atractivo a muchos países que, una vez caído el paraguas protector de la URSS, vieron en el naciente poderío europeo una vía de mejora a su caótica situación. Y como lo era, lo fue hasta hace poco y esperemos que lo sea, en el paraíso cabíamos todos, sin diferencia de raza, credo o ideología. Sus economías, una vez amparados en la fuerza de la unión, crecieron. Sus estudiantes se beneficiaron y sus sociedades se hicieron ricas con el apoyo de todos.
Siempre hubo gentes reticentes a ese beneficio. Posiciones acomodadas reacias al progreso común. Las tendencias conservadoras, siempre miran con desconfianza cualquier cambio, aunque sea beneficioso para una mayoría. Si es bueno para muchos, no puede ser bueno para unos pocos. Son políticas proteccionistas, ultranacionalistas en muchos casos, que rechazan cualquier atentado contra lo que ellos creen que significa ser sus iguales. Pero con el tiempo, hasta dichas tendencias se adaptaron, y donde estaba lo propio del país, mutaron a lo propio de Europa. Y con ello, ampliaron la gama de sus estupideces a nivel continental.
Ahora, alimentados por la crisis capitalista, que ha generado más desigualdad en todos los países, sus movimientos crecen. Se nutren del descontento, ya que resulta un verdadero caldo de cultivo para estas tendencias. Se erigen en garantes de la europeidad que nunca les gusto, cuando lo que quieren es preservar los principios que consideran únicos. Sus principios, los que ellos han adaptado y han convertido en garantía de marca Europa. Su marca. Y amparados en esa falacia, reparten carnets de apto o no apto según la cuenta corriente o el credo.
No solo se niegan a cumplir con una decisión de la Unión, que debería acatarse aunque no sin debate. Es que se pasan por el forro el más mínimo sentimiento de solidaridad para con los refugiados. Son europeos para recibir ayudas, para derribar gobiernos legítimos e ilegítimos, para ufanarse para con los vecinos ajenos a la Unión Europea, pero cuando se trata de ser solidarios, entonces no. Cuando hay que asumir la parte del “ser europeo” que se corresponde con la solidaridad, con el principio de igualdad y el compromiso con los derechos humanos, entonces sacan el colmillo nacionalista y dejan de serlo, recordando con sus afirmaciones tiempos oscuros de la década de los treinta del siglo XX.
Se debe estar a las duras y a las maduras. Es un acto de responsabilidad para un proyecto que va más allá de la economía. Una entidad que solo se centre en la balanza comercial y abandone la humanidad está condenada al colapso. Porque la Unión Europea será de personas, o no será nada.
Asistimos cómodamente desde nuestros televisores a un nuevo “reality
show” por cortesía de las empresas dedicadas a la información: el drama de los
refugiados sirios. Hay que reconocer que en otras ocasiones, otras temporadas
como fueron las del genocidio sistemático en África o la criminal intervención en
Iraq, las audiencias no se engancharon como en este caso. Tertulias, campañas,
informaciones y enviados especiales se aprestan para limpiar la conciencia del
ciudadano europeo y no impedir que siga consumiendo. Otros programas similares,
con muchas más temporadas en antena, como el drama del pueblo palestino o del
Sáhara, solo tienen emisiones residuales, y eso siempre que una catástrofe natural
no inunde de miseria la pantalla plana de muchas pulgadas.
Quizás la diferencia estribe en que la experiencia del
programa amenaza directamente con pasar del canal televisivo y el sesudo análisis
de tertulianos que, igual opinan de las causas de la guerra en Siria que de las
pesquisas policiales en el caso de Yeremi Vargas, a nuestras calles. La audiencia
de la Unión Europea reacciona así como prevención, alentada por intereses muy
claros, provocando ante el espectáculo y el escándalo directamente asociado un
grito desde nuestros palcos privados que resulta inútil para los implicados:
las víctimas inocentes. Poco análisis hay, salvo honrosas excepciones, del
problema que radica en la mal llamada solidaridad europea. Nos creemos a salvo,
pero solo somos peones en el juego.
Quizás todo se nazca de un equívoco: jamás ha existido
Europa o lo europeo más allá de la geografía física. No deja de ser “Europa” un
concepto idealizado que responde según las vicisitudes que la rodean a diversas
inquietudes, casi siempre respondiendo a intereses privados de grandes familias
o compañías. Primero fueron dinastías familiares. Más tarde, tendencias políticas
herederas directamente de los privilegios de las dinastías. Finalmente son las élites
económicas las que empuñan “Europa” como su insignia, mientras se enriquecen a
costa de los europeos y les venden la imagen que les interesa, nunca la que podría
ser. Todas esas tendencias prostituyeron un ideal según sus intereses y lo
vendieron al resto del mundo. Y el resto del mundo lo compró. Un ideal atractivo
de libertad (para ser esclavo), igualdad (para ser esclavizado) y donde la
fraternidad fue sustituida por la solidaridad (mucho más económica). Solo cabe
recordar aquí la frase de Mariano Rajoy sobre la solidaridad a cambio de nada.
Para el que ha viajado fuera (entendamoslo geográficamente
más allá de los limites europeos), dejando de lado resquemores nacionalistas de
cada país, ser europeo era una etiqueta de prestigio. A pesar de ser
responsables los pueblos europeos y sus gobernantes de la mayoría de masacres,
barbaridades, infamias y genocidios de la historia, el concepto sigue llevando
asociado cierto aire de glamour: ser europeo da prestigio en el resto del
mundo. Seguramente dicho prestigio entre en dura pugna con el de los
norteamericanos (¡ojo! Solo de países angloparlantes, no latinoamericanos) como
los dos grandes denominativos de población de prestigio en el mundo actual.
Deberíamos discutir quizás ahora de que territorios o
pensamientos podemos identificar con esta Europa de prestigio. Para ello deberíamos
empezar diciendo que el concepto de europeo actual, que a sus elites les gusta
divulgar, cuyo nacimiento se establece en la Grecia clásica en el primer
milenio anterior al nacimiento de Cristo, abarcaba ambas orillas del mundo Mediterráneo
y excluía totalmente los actuales Países Nórdicos, Alemania, Austria, Rusia…
solo en la edad media dichos países fueron desplazando el eje de “lo europeo”
abandonando al Norte de África, seguramente por tendencias militares y
religiosas. Muchos ciudadanos europeos lo desconocen y ven esas regiones en la
actualidad como bárbaras, olvidando que hace solo unos cientos de años, el
esplendor cultural de occidente estaba en Córdoba, Bagdad y Damasco. Es en este
punto cuando se argumenta que Europa es de raíces cristianas, cuando es y fue
en gran medida el propio Cristianismo el que puso en riesgo la primitiva idea
de la humanidad clásica. Todo este análisis del origen del concepto resultaría
demasiado extenso para este artículo, quizás en otra ocasión.
Retomando el hilo anterior, Europa o ser europeo se equipara
actualmente en el mundo a derechos humanos, a seguridad laboral, a libre circulación
de personas, a seguridad, a educación libre y no doctrinal, a sanidad y
salubridad, a un mercado laboral que mira por el bienestar de sus trabajadores
y a un estado del bienestar que mira por el bien de todos… muchos conceptos que
conocemos pero que no estamos seguros de sí disfrutamos. También a instituciones
democráticas y a una ciudadanía con valores, ejemplar y que recupera la idea
clásica de la ciudadanía participativa griega. Y esto señores, es una estafa de
Europa al mundo. Esa Europa casi no existe, porque no se la deja existir.
Este ser europeo (a partir de ahora lo resumiremos en esta expresión)
es una invención de una élite para vender su producto al resto del mundo y a su
propia ciudadanía. Esta ciudadanía, que si tomara conciencia de sí misma podría
llegar a ser ese “ser europeo” tan admirable, es solo en algunos casos muy específicos
real, resultando la mayoría de la población europea solo potencialmente con
estas características. Lo cierto es que la conciencia europea es minoritaria. Deberíamos
preguntarnos el por qué. Os encontraríamos seguramente con la indiferencia
mayoritaria hacia la educación, convirtiéndola solo en un saber hacer, no en un
saber pensar.
La Unión Europea surge, en su primitivo embrión, como una asociación
mercantilista, de negocio y para ayudar a las élites europeas en el mantener
sus privilegios en la Europa tras la segunda Guerra Mundial. No era interesante
para ellos cambiar el modelo que nos había llevado al desastre, solo
domesticarlo, darle una nueva imagen y venderlo con la bendición del nuevo amo
del mundo. A pesar de eso, un grupo ideológico minoritario ve el potencial de
dicha unión de países, abandona el ideal revolucionario y entra en el sistema
para dominarlo desde dentro y poder cambiarlo con un trabajo de décadas. Así,
con el camino lento pero aparentemente seguro van poniendo los cimientos de lo
que terminara siendo en los 70, 80 y 90 del pasado siglo XX la Unión y el
estado del bienestar. Esa es la socialdemocracia europea, que conseguirá mejores
derechos sociales, solidaridad entre estados y dos hitos: el abandono de las
fronteras y la moneda común. El siguiente pasó, el estado europeo que nos haga
a todos ciudadanos iguales en derechos y deberes necesita de un trámite: una constitución
común que abandone los viejos y obsoletos modelos nacionales. Una nueva visión del
mundo para el siglo XXI y en cierta manera una “imitatio alexandri”, pero
basada en la democracia y la colaboración.
Pero frente a esto, los garantes del antiguo orden,
conservadores de profundas raíces religiosas, con características xenófobas en
muchos casos u “ordenados” como afirman sin vergüenza alguna, también están organizados.
Ellos rechazan una moneda única, un estado único, el libre tránsito de personas
o una legislación única. Solo pretenden mantener sus privilegios y enriquecerse.
Son alérgicos a cualquier cambio o mejora. Esos sectores minoritarios, obtienen
generalmente un gran apoyo popular. Unos apoyos que siempre han alimentado a
partir de desilusionados, expulsados del sistema o fracasados con origen en las
clases más populares. Les cautivan mediante su supuesto brillo y su atractivo
actúa como danza cautivadora, consiguiendo, por medio de métodos democráticos,
obtener el dominio en la mayoría de países de esa Europa generada con valores socialdemócratas.
Aprovechan además los momentos de crisis e imperfección del modelo para asir el
poder y dominar todas las facetas del estado, partiendo de los medios de comunicación
de masas. A través de ellos, vencen y convencen. Y claro, a ellos este sistema
no les gusta. Su labor principal es desmontarlo y vender ese desmontaje como
una mejora del mismo, generando con ello su primacía.
¿Cómo va a defender el estado del bienestar, el tratado de Schengen,
o la moneda única partidos que se opusieron desde sus inicios al proyecto
Europeo, como son el de Merkel, el de Sarkozy o el de Rajoy? ¿Cómo van a evitar
tendencias imperialistas, sirva de ejemplo la situación acontecida con las
primaveras árabes (abandonadas a su suerte una vez obtenido el rédito económico
buscado con el cambio de gobierno) si son herederos de las posiciones que nos
llevaron a la Gran Guerra?; ¿No es irónico que gente que votó contra la Unión
Europea o defendía posiciones contrarias sean ahora sus dirigentes?
¿Qué puede hacer el ciudadano para solucionar esto? Lo que siempre
puede hacer, emplearse, sacrificarse y ponerle horas de dedicación al bien común.
Es completamente erróneo pensar que estamos en una burbuja y no nos afectan las
cosas del vecino de abajo. Si a este se le incendia la casa por un electrodoméstico
que le hemos vendido defectuoso, como mínimo nos va a llegar el humo.
El ciudadano europeo debe tomar conciencia del ser europeo. Dejar
de viajar envuelto en la mentira que han vendido al mundo y luchar
efectivamente por ella, realizando las acciones necesarias. ¿Cómo no van a
querer venir a la luz de la sociedad europea ciudadanos que provienen de la
oscuridad? Sin entrar en el debate de quien es el responsable de cobrarles la
luz que les deja en la oscuridad (normalmente los mismos que nos gobiernan). Esto
último nos obligaría a un nuevo artículo.
Me siento tan patriota
de Latinoamérica, de cualquier país de Latinoamérica, como el que más y, en el
momento en que fuera necesario, estaría dispuesto a entregar mi vida por la
liberación de cualquiera de los países de Latinoamérica, sin pedirle nada a nadie,
sin exigir nada, sin explotar a nadie. En esta frase de Ernesto “Che”
Guevara está implícito cual es el sentimiento que el ser europeo debe
interiorizar. Demasiado seria exigirnos, cuando el mensaje del propio Che no
caló lo suficientemente rápido en Latinoamérica, que consiguiéramos que fuera
un pensamiento valido extrapolable a toda la humanidad. Tan solo con que fuera
un pensamiento común de la ciudadanía europea, un camino y un fin, sería el
principio del fin. Evitaríamos así situaciones que nos trajeran imágenes como
las que sin duda, si ustedes responden al ideal del ser europeo, les harán temblar
de indignación cada vez que esos comercios llamados “medios de comunicación” se
las muestran entre anuncios de marcas comerciales.
Mientras tanto, el ser europeo que las contemple, solo puede
sentir vergüenza de ser europeo. Como el ser humano que se precie, con los
gobiernos actuales, solo podemos sentir vergüenza de la Europa de mercaderes.
Tras un breve lapso poniendo en orden ideas,
vida y vil capital, reemprendemos esta tarea ilustrativa de una forma de
pensamiento que esperemos jamás se convierta en moderada, conservadora o convencional.
Partimos pues en esta entrada de la imagen que
conmociona Europa: un niño ahogado en la orilla. Una imagen que si nos
abstraemos de su dureza, crueldad y realizamos un análisis estético, tiene
mucha fuerza poética: un refugiado que buscando una vida mejor, muere en la
orilla. Un giro trágico que enlaza con el sentido más clásico de la tragedia:
el griego. Y aún más si el protagonista es un niño, con la fragilidad y la
dependencia que ello comporta. Cualquier sociedad debería procurar el bienestar
sobretodo de su futuro: los niños.
Europa se moviliza a grandes rasgos, porque
siempre hay dignas excepciones, en ayudar a los refugiados. Se moviliza
aparentemente, y como suele suceder tarde y mal. Ya ocurrió con el drama de la desmembración
de Yugoslavia, y ha vuelto a ocurrir ahora. Una Europa más preocupada del
capital que de las personas tiene como consecuencia que se torne inesperado lo
que no lo es.
Y se moviliza tarde y mal, dando lugar a
brotes de xenofobia, porque no lo olvidemos, el mal del racismo y la xenofobia
solo se elimina con la educación (esa misma que es cara y que sufre recortes
por todo el continente), y la educación hace que nos relajemos, que nos
pensemos que ya se ha superado, pero siempre vuelve, y en las crisis económicas,
encuentra el caldo de cultivo para su crecimiento. Y todos sabemos que oscuras
consecuencias puede traer.
Pero por no irnos por las ramas, Europa se
escandaliza ahora por el flujo de refugiados, pero intenta ponerle puertas al
mar. Lo cierto es que los gobiernos europeos fomentaron en determinadas
sociedades norteafricanas, mucho más occidentalizadas que sus vecinos sauditas,
intentos de revoluciones populares. Diversas fueron las motivaciones: gas, petróleo,
control flujo marítimo, garantizar seguridad del estado de Israel… todo
revestido de una lucha para la libertad bien grabada por reporteros de las
principales cadenas, con una estrategia de marketing perfecta, pero vergonzante. Presuntos reporteros de guerra
con el chaleco antibalas y el casco aun con las etiquetas que informaban desde
las líneas de lo que denominaban “luchadores de la libertad” y que ahora llaman
Ejercito Islámico…paradigmático si no hubiera ocurrido antes. Solo tienen que
ver la película Rambo III y el tratamiento que allí se hace de los talibanes.
Además los gobiernos occidentales, ávidos de
botín sin ensuciarse, lo intentaron no mojándose e interviniendo directamente,
si no observando como si se tratara de dioses del olimpo, dejando hacer a sus
peones. Y los peones fallaron. Y como consecuencia de esos fallos, surgieron
monstruos como el ISIS y enemigos de la libertad como el dictador sirio se
convirtieron en enemigos de mi enemigo. Y ese tal vez no sea mi amigo, pero me
interesa su victoria.
Pero no hay que culpar a los ineptos gobiernos
europeos de esta injerencia en asuntos extranjeros (no podemos olvidar el
colonialismo del siglo XIX y su nueva variante, colonialismo económico del
siglo XX y XXI). El perro europeo, con
los gobiernos británicos, alemán y francés a la cabeza (y la inestimable sumisión
del gobierno español entre otros) solo mueve la cola si el dueño yanqui lo
ordena. Es este nuevo Imperialismo de segunda fila, en la sombra, el causante
del crecimiento de la xenofobia y la radicalización islámica. Pero ni el
gobierno americano ni sus súbditos están dispuestos a priori a repetir fiascos
como el de Irak o Afganistán.
Antes de la intervención absurda en Irak, es
cierto que carecían de libertad los iraquíes, pero corrían el riesgo de morir
en cada esquina, ni de ser decapitado. Muchas mujeres iraquíes no lucían velo
alguno, y existía cierta organización. Si diéramos a elegir al pueblo iraquí entre
la libertad caótica y asesina actual y el rígido orden inhumano y criminal de antes, elegirían sin duda el menos malo. Misma
situación ocurre en Siria.
Ya basta de doble moral, de aparecer en medios
públicos como salvadores hospitalarios y endurecer las leyes de inmigración. De
atreverse a decir que “se ha de ser solidario, pero no solidario a cambio de
nada”. De jugar a ser dios y no aceptar la responsabilidad de solucionar los
entuertos. De tener amigos o enemigos dependiendo del interés económico y no del principio humano. Es el momento de olvidarse de tonterías e intervenir en Siria, para
solucionar lo que ayudamos a crear, y poder evitar el problema de la migración
de raíz: ayudar a crear una Siria libre para los sirios.
Vienen a Europa porque creen en la Europa que
pregonamos diferente del amo imperialista americano, pero esa Europa, ni existe
para los europeos, ni quieren que exista.