Hubo hombres que tuvieron un sueño. Es una frase muy
recurrente, pero fue así de simple, así de complejo. Dichos hombres vivieron,
lucharon y pelearon por que ese sueño, materializado en unos ideales, pudiera
ser primero entendido, después exportado y finalmente disfrutado por todos sus
iguales. Además, intentaron que sus vidas sus familias y sus descendientes
comprendieran la importancia del sueño. No siempre lo lograron, pero solo eran
hombres. No se les podía pedir más.
No fueron esos hombres los primeros que soñaron con ello, ni
serían los últimos. Algunos lo soñaron antes, otros después. A algunos se lo
contaron, pero era el mismo sueño y, como la tripulación de un barco de remos
que necesita dirigir sus esfuerzos en una misma dirección para alcanzar buen
puerto, se unieron bajo unas siglas, pero, ¿realmente importaban las siglas?
Solo eran letras, como las fotos de los carteles solo eran imágenes, los
símbolos imágenes y las jefaturas de los partidos la mínima organización
necesaria para conseguir su meta: vencer.
Los primeros hombres murieron, o se retiraron, o simplemente
se desilusionaron, pero otros ocuparon sus puestos. Más jóvenes, más
preparados, o más simples, pero todos ilusionados en un proyecto. Pero con el
reemplazo, llegaron ellos. Algunos dirían que eran arribistas, otros,
simplemente buscaban medrar a cualquier costa. Los más simplemente se arrimaban
en busca de poder, dinero, influencias…otros simplemente eran el enemigo,
traidores que querían destruir el sueño. Algunos llamaron a su líder “cuervo
ingenuo”, pero de ingenuo no tenía nada Sí tenía mucho de cuervo, alas negras,
intenciones oscuras, palabras negras. Y todos juntos vencieron, pero no
supieron que hacer con la victoria.
Los otros, los traidores, si supieron que hacer. Y
pervirtieron el sueño, lo prostituyeron, lo maltrataron y redujeron a su más
mínima expresión hasta casi aniquilarlo. Se adueñaron de las siglas, de los
carteles, de las jefaturas y convirtieron el sueño en la realidad que esperaba
destruir. Se llamaban igual, decían hablar de lo mismo, pero eran otra cosa,
algo oscuro, algo perverso: eran traidores. Y como tales, dispusieron sus
víboras latentes en la organización, esperando el momento para clavar sus
colmillos y disfrazados de sueño, envenenar el mundo. Y sus cachorros, poco a
poco, fueron ocupando con sus mezquindades la organización.
Anoche culminó su tarea, han vencido una guerra, pero eso no
significa que se termine el sueño. Volverá con otros hombres, otros carteles,
otras formas. Con palabras que sí tengan un significado las diga alguien viejo
o alguien nuevo, y que no se quede solo en eso. Con un programa y con la tarea
de no convertirse en aquello contra lo que lucha, algo que el viejo PSOE, sus dirigentes y sus ciegos afiliados han olvidado definitivamente.
Ese sueño por el que muchos lucharon y algunos murieron se
llamaba socialismo. Si para algunos sus siglas aun eran PSOE, está claro que ya
no. Buscaba renovar su mensaje, pero solo renovó las imágenes, las palabras y
no su significado. Unas caras que son simplemente una nueva generación de
traidores instalados en el enemigo y que beben de él, y por lo tanto, que no
lucharan por el ideal, que no cambiaran nada ni tocaran el sistema que las
mantiene, las pervierte, las engatusa y que les ayuda a verter su veneno. Pero
si ayer murió la idea de los primero hombres, hoy nace una nueva lucha. En otro
lugar, con otras siglas y con otro nombre: el mismo sueño, la misma lucha sin
cuartel, el mismo enemigo, una nueva revolución ¿distinto final?
Victoria o muerte. El tiempo lo dirá, pero primero, es
tiempo de purgar traidores. El carnaval termina, y es hora de quitarles las
máscaras, señalarles con el dedo, y hacerlos caer. Es tiempo de venganza.