El cielo aún no era cielo. El mar no era mar. La tierra, aun no era la
tierra. Solo el verbo era verbo. Blaidd marchó como cada tarde hacia el vado.
No dejaba de ser la rutina de todos los días, ya que el vado era con diferencia
el lugar más tedioso y apacible de todo el valle. Pero algo diferente había
allí esa tarde. Al principio no le dio mucha importancia, pero al día
siguiente, al volver al mismo lugar con la esperanza de encontrarlo, su
ausencia le dolió como si le hubiera faltado una parte de sí mismo.
Pero allí lo encontró el tercer día. Un brillo oculto, un calor breve pero
intenso, vital. Algo precioso que sus compañeros no parecían apreciar, pero que
a él le parecía lo más maravilloso que nunca había sentido. Al principio lo preservó
en origen, sin atreverse a tocarlo, a sentirlo. Solo acudía cada día al mismo
lugar, con la esperanza de que no se hubiera marchado, pero allí estaba siempre.
Y él era feliz contemplándolo brillar, en silencio.
Decidió que permanecería oculto, para preservarlo, pero él quería más,
quería verlo en todo su esplendor, con toda su fuerza. Al mismo tiempo tenia
miedo, temía que al buscar más, al perseguir lo que soñaba, se quedara sin
nada. La emoción que le embargaba y las dudas fueron más poderosas y decidió
consultar con los astros sobre su igual. Estos se mostraron asombrados por la
audacia de conservar algo que consideraban un mito, algo que nunca ocurría.
Reunidos en consejo, decidieron que Blaidd seria el encargado de alimentar cada
día esa tenue fuerza que a pesar del poder que emanaba, era delicada y mucho
más frágil de lo que habían pensado en un principio.
Y durante mucho tiempo, Blaidd cumplió con su deber para con la comunidad y
con la misteriosa excelsitud que debía conservar. Le daba el alimento que creía
necesitaba como el poeta da versos a la humanidad, para así preservar su luz,
brillo y candor de la intemperie y de todas las amenazas. Cada día, con un
cariño y dedicación absolutos, le dedicaba su tiempo esperando que ese brillo
que le encandilaba no se apagara nunca. También mantenía la secreta esperanza
que merced a sus cuidado, el brillo fuera a más y se hiciera brillante para
todos, embargando la vida con la luz que le embargaba a él.
El tiempo transcurría con su devenir inexorable. Muchos compañeros de
Blaidd empezaron a rondar también la misteriosa fuerza curioso por lo que era
el centro de sus atenciones, lo cual le agradó. Merecía todos los cuidados y
todas las alabanzas que le pudieran otorgar, por que era algo único, especial y
extraordinario en su sencillez. Blaidd seguía anhelando secretamente poder
llegar a comprender toda la magnitud que contenía, pero apenas había cambios
que no fueran un ligero brillo o un ligero menguar en su intensidad. Alarmado
consultó de nuevo a los astros y estos le dijeron que los cuidados eran
adecuados, que su tarea solo era alimentar esa luz para que no dejara de
brillar. No comprendían, o quizás comprendían en demasía las dudas que le
embargaban sobre su tarea.
Y un día, sucedió algo inesperado. Blaidd cayó en un pozo oscuro. Apenas
sentía ya aquel calor en la oscuridad de la fosa. Durante días temió no por su
existencia, si no por la de la misteriosa maravilla. Pensó y temió, como mortal
que era, que al carecer de sus cuidados, pereciera apagándose, perdiendo su
excepcionalidad en la tediosa existencia común. Con esfuerzo logró salvarse,
saliendo del foso y partir raudo hacia donde se encontraba su tesoro. Comprobó
que allí permanecía. Pero había sucedido algo que no comprendió. Donde había
faltado su alimento, su dedicación y su esfuerzo tan solo había pasado el
tiempo. Pero lejos de alegrarse, se torno receloso. Temió perder su lugar de
privilegio, la tribuna que ocupaba en la contemplación y aun más no alcanzar lo
que más deseaba, aquello especial que solo él parecía ver. Temió no poder
controlar el brillo, ni adorarlo eternamente y no comprendió que era la
misteriosa maravilla la que decidía por si misma, por que era especial y él
solo un imperfecto mortal. Obnubilado en su vanidad y por la excelsa presencia,
no sintió su imperfección. Ellos no comprendían su brillo, no entendían la
magnitud de la maravilla que contemplaban y allí estaban intentando acompañarla.
Ni ella misma parecía comprenderse. Esa fue su condena.
Enloqueció y la ira se apodero de él. Atacó con todo lo que tenía al brillo
para apagarlo. No quería extinguirlo, si no incrementarlo. Pero parecía que
buscara olvidarse de él, destruirlo, que nadie pudiera contemplar lo que él
contemplaba. Consiguió que el brillo menguara. Debía reaccionar. Siguió
atacando, sin razón, sin objetivo, sin querer otra cosa que provocar una
reacción. Pero se apagaba. Pasó un día, dos días…y no reaccionó. Y después,
llego la reflexión y el arrepentimiento. Se había equivocado y ahora lo
comprendía. Intentó volver a alimentar el brillo, recuperar el calor, la
excepcionalidad, pero el mal ya estaba hecho. El calor se había ido y solo
quedaban pequeñas ascuas. No comprendió que aquel brillo que veía, por el mal
de sus actos, ya no tenia sentido. Lo había perdido queriendo conseguirlo.
Los astros, ante la temeridad de su acto, decidieron que era indigno.
Estaba maldito. Pensaron y reflexionaron en como honrar a la maravilla que
había sido desairada por la imperfección de su más fiel creyente. Y tomaron la
decisión correcta a sus ojos: el dolor eterno de la ausencia. Enviaron a la
misteriosa maravilla al cielo de la noche, donde su brillo acompaña a las
estrellas robándoles el protagonismo del cielo nocturno. La llamaron Lleuoad,
luna en su lengua. A él lo condenaron a vagar por la vida, echándola de menos
eternamente, solo pudiendo observar en la lejanía a la maravilla. Para que no
sintiera su calor, ni pudiera disfrutar del brillo de tan insigne excelsa
perfección, le privaron de la razón, aquello que le permitía adorarla donde
otros ignoraban. Lo convirtieron en lobo, que es lo que significa blaidd en
lengua gaélica. Él aceptó su condena, la de sus pecados y su falta para lo que
consideraba más importante. Le había fallado a lo que más quería. Merecía su
dolor.
Y así, las noches de luna llena, cuando ella reina en la oscuridad de la
tierra, el lobo recuerda a la maravilla pérdida. Espera que con su triste
lamento, ella recuerde que nunca la olvidará, por que fue, es y será especial
por toda la eternidad.