Ahora que la Unión Europea está más desunida que nunca, con movimientos
nacionalistas y xenófobos crecientes en los países miembros como no se recuerda
desde los años 20 del pasado siglo XX (sí, ocurre en Francia, Inglaterra o
Alemania y es aún peor en los países provenientes del bloque soviético) es el
momento de preguntarnos qué ha fallado. Una respuesta, como no podía ser de
otra forma, es el sistema educativo.
Cierto es que se pretende de forma generalizada, desde las aulas, la
implementación en el alumnado de unos valores nacionales, que creen una imagen
unificadora para todo el territorio y una cohesión propicia para la comunidad.
Esta acción, reprobable hasta cierto punto pero también necesaria en su justa
medida, la cometen tanto nacionalistas españoles (mayoritarios en gobiernos del
Partido Popular en España o las comunidades autónomas por ejemplo) como
nacionalistas catalanes, gallegos, vascos, andaluces, franceses, italianos,
alemanes… Hace falta una cohesión social, pero en lugar de buscarla en la
condición humana, en lo que les hace iguales, se agarran a elementos variables,
donde identificarse sin duda, pero interesados y excluyentes. Simplemente cada
uno de estos movimientos nacionalistas se concentra en un territorio, donde
determinan en base a supuestas razones históricas infalibles aquello que es
íntegro y propio, y señalando lo ajeno como invasor, impuesto o en el la
perspectiva española, separatista. Ninguno valora la riqueza cultural que le
aporta el intercambio de ideas. Ninguno supone que lo ajeno no tiene por qué
ser invasivo, sino solo diferente. Unifican en torno a una idea excluyente en
sí misma, además basada en supuestos más que discutibles.
Esta realidad, que nos envuelve y sacude desde todos los ámbitos, es aún
más precisa en las aulas, donde no existe la libertad de cátedra (salvo en las
universidades) y los temarios y decretos estatales y autonómicos dejan en
verdad poco margen al docente. Un docente que, ya puestos, debería ser
imparcial en la presentación de su materia, y provocar el desarrollo cognitivo
íntegro de sus alumnos, reservando sólo para ocasiones especiales (y muy
espaciadas) su juicio personal. Más que cuestionar, debería centrarse en que no
influyan al alumnado, sino que este sea crítico con los estímulos que recibe de
forma autónoma, y gradualmente.
¿Quién defiende Europa? o ¿qué debería ser Europa? son preguntas que
tampoco vendrían a ser competencia del profesorado. Sin embargo, la defensa del
ideal europeísta sí debería ser parte fundamental del currículo en nuestros centros.
Por qué la Unión Europea, al menos potencialmente, nos puede proporcionar un
entorno muy favorable al desarrollo tanto personal como de nuestra comunidad.
Pero claro, hablamos de una Europa integra, no el conjunto de mercados y el neo
imperialismo en que se ha convertido. ¿Cuál es la causa que una idea lúcida,
posiblemente tan impresionante como lo fue en su momento la integración llevada
a cabo por Alejandro Magno en su imperio (que ni tan siquiera sus más íntimos
comprendieron) se ha reducido al mercadeo y la constante búsqueda de beneficio
económico?
Un conjunto de causas puede resumir esta situación. El rechazo de fuerzas
conservadoras a cualquier cambio que pueda suponer la pérdida de su situación
privilegiada. La victoria en las urnas de dichas fuerzas retrógradas, que no
creen en una Europa de los pueblos, si no solo en las cuentas de ventas. La
falta de conciencia en la ciudadanía, más preocupada en estos momentos en
llegar a final de mes que en lo que ocurre en las altas esferas (las mismas que
han provocado tanto la crisis como los recortes que les asfixian). Y en lo más
alto, la falta de concienciación en las aulas de europeísmo, tanto la que
recibimos nosotros por parte del sistema educativo como la que sigue recibiendo
el alumnado en nuestros días. No existe el espíritu europeo.
¿Sería necesario pues un nacionalismo europeo? Nada más equivocado. Esa es
la parte que, a mi entender, la mayoría de la ciudadanía, de los estamentos y
de los posicionamientos políticos no entienden. El movimiento europeísta, tal y
como yo lo entiendo debe parecerse más a una Internacional Socialista que a un
movimiento nacionalista. Esto, por sí mismo, es bastante complejo. Sí mucha
población sigue sin entender en qué consiste un movimiento internacional, y lo
asimila a criminales, antisistema, revolucionarios y genocidas (mezclándolo
todo como en una paella para turistas si me permiten el símil localista), ¿cómo
vamos a pretender que pueda imitar su concepción igualitaria de los pueblos
para defender una Europa unida?
Lo cierto es que dichos movimientos, que acabarán desintegrando el
movimiento europeísta y condenarnos a repetir situaciones indeseables del
pasado, sólo pueden combatirse desde la educación. Una educación que defienda
una serie de valores que, estaremos de acuerdo, son propicios para la vida en
sociedad y en comunidad. Unos valores que, lejos de ser partidistas o
sectarios, son necesarios, y tan fundamentales como los derechos humanos. Esto
no omite que haya que poner en valor valores regionales, pero no aislarlos de
su entorno, ni de la influencia de otra serie de valores. El ser humano es lo
que es por compartir, por dejarse influenciar e influenciar. Los movimientos
culturales, científicos y sociales más beneficiosos para la humanidad, han
surgido de esa mezcla, de esa mixtura. Podríamos definir como anti humano el
querer aislar determinados condicionantes para evitar que cambien. En el cambio,
la adaptación y la mezcla encontramos sin duda el futuro. Si nada se mueve, si
nada se cambia, al final, no quedará nada.
Es en
las aulas, con el alumnado, con el ciudadano del futuro donde tiene que librar
esta batalla. Nada va a cambiar a la población adulta con facilidad, pero en el
futuro es donde se puede conseguir algo beneficioso para todos. Los
tradicionalistas, los retrógrados, los nacionalistas, los empresarios...todos
lo tienen claro. Es el momento de que el resto también lo tengamos. Si queremos
cambiar algo, hay que cambiar la educación. Ahí es donde se discute el futuro,
no en los mercados, ni en un campo de fútbol, ni en una tienda de Apple, pero a
nadie le importa. Donde tenemos el problema, es donde encontraremos la
solución.