Solo así puede definirse lo que
hoy se vive en la mayoría del mundo occidental: absurdo. Y el caso está protagonizado por un falso
amante que engaña o es engañado, con complicidad o conformismo. Y es que si el
consumidor que hoy dejará su dinero en la mayoría de los casos, o al menos su
intención, en un regalo para un no menos consumidor que hará lo mismo, reflexionara
no ya racionalmente si no con él corazón, vería que su postura es totalmente
absurda, por no decir estúpida.
Ese sentimiento absurdo,
irracional, que no se atiene a las convicciones morales imperantes ni
aprendidas y que es incontrolable. Que es capaz de convertir en niño al hombre
y en hombre al niño. Donde se agarra al imposible porque más allá no hay nada,
aunque nunca jamás se vaya a conseguir. Capaz de convertir las lágrimas en
síntoma de alegría y al dolor en algo necesario para la vida, no atiende a
horarios, ni a fechas ni a historias o modelos.
Por qué si algo debe estar
presente en la conciencia o en el sentimiento del amante, o enamorado, o
simplemente de la pareja para aquellos que consigan aunar pareja y amor en la
misma persona (que no siempre ocurre) es que no hay un tiempo para su ser
querido: todo el tiempo se debe a esa persona. Por eso, por este simple
planteamiento lógico, no es necesario un día de los enamorados más allá de
necesidades comerciales.
Podemos permitirnos el lujo de
ser realistas. Tal y como se articula nuestra sociedad, donde se trivializan la
mayoría de reivindicaciones históricas o modernas reduciéndolas a la
denominación de “día mundial de…” restando la importancia verídica de la
reivindicación, no está de más para aquel comerciante que viva del comercio de
regalos, joyas o simplemente detalles románticos (y muchas veces bastante
desagradables) el conseguir que la mayoría de simples alejados de la razón
gaste su poco dinero en sus mercancías. Pero no existe otra razón, ni siquiera
romántica, para la presencia en el calendario de un día cuya relevancia se hartarán
de recordarnos los medios de propaganda que dicen llamarse de comunicación o
periodísticos.
Seamos serios. Seamos coherentes.
Saquémonos la máscara y digamos la verdad. No hay un día de los enamorados,
porque si estás enamorado todos los días pueden ser ese día. Es el momento
menos pensado, el improvisado, el impulsivo e inesperado el que tiene valor, no
el marcado por el mercado, la sociedad o el calendario. Cuando todo se reduce a
la monotonía, podrá tener un nombre, pero no será de corazón. Será otra cosa
más simple y comercial, nada reconfortante. Nada especial.
Si alguien recibiera un regalo,
presente o mención fuera de lo habitual por ser 14 de febrero, tendría la
confirmación que no es amor lo que tiene. Quizás sí una relación, pero no tiene
nada especial. Es su problema si con eso se conforma. Y es absurdo.