dilluns, 28 de setembre del 2015

¿Quién reparte el carnet de apto?

Quizás sea parte de la utopía en la que creemos algunos, en la que nos criaron de pequeños, pero hubo un tiempo, breve, en que ser europeo tenía apellido.
El paraíso que significó la Unión Europea en los años noventa del pasado siglo lo hizo atractivo a muchos países que, una vez caído el paraguas protector de la URSS, vieron en el naciente poderío europeo una vía de mejora a su caótica situación. Y como lo era, lo fue hasta hace poco y esperemos que lo sea, en el paraíso cabíamos todos, sin diferencia de raza, credo o ideología. Sus economías, una vez amparados en la fuerza de la unión, crecieron. Sus estudiantes se beneficiaron y sus sociedades se hicieron ricas con el apoyo de todos.
Siempre hubo gentes reticentes a ese beneficio. Posiciones acomodadas reacias al progreso común. Las tendencias conservadoras, siempre miran con desconfianza cualquier cambio, aunque sea beneficioso para una mayoría. Si es bueno para muchos, no puede ser bueno para unos pocos. Son políticas proteccionistas, ultranacionalistas en muchos casos, que rechazan cualquier atentado contra lo que ellos creen que significa ser sus iguales. Pero con el tiempo, hasta dichas tendencias se adaptaron, y donde estaba lo propio del país, mutaron a lo propio de Europa. Y con ello, ampliaron la gama de sus estupideces a nivel continental.
Ahora, alimentados por la crisis capitalista, que ha generado más desigualdad en todos los países, sus movimientos crecen. Se nutren del descontento, ya que resulta un verdadero caldo de cultivo para estas tendencias. Se erigen en garantes de la europeidad que nunca les gusto, cuando lo que quieren es preservar los principios que consideran únicos. Sus principios, los que ellos han adaptado y han convertido en garantía de marca Europa. Su marca. Y amparados en esa falacia, reparten carnets de apto o no apto según la cuenta corriente o el credo.
No solo se niegan a cumplir con una decisión de la Unión, que debería acatarse aunque no sin debate. Es que se pasan por el forro el más mínimo sentimiento de solidaridad para con los refugiados. Son europeos para recibir ayudas, para derribar gobiernos legítimos e ilegítimos, para ufanarse para con los vecinos ajenos a la Unión Europea, pero cuando se trata de ser solidarios, entonces no. Cuando hay que asumir la parte del “ser europeo” que se corresponde con la solidaridad, con el principio de igualdad y el compromiso con los derechos humanos, entonces sacan el colmillo nacionalista y dejan de serlo, recordando con sus afirmaciones tiempos oscuros de la década de los treinta del siglo XX.
Se debe estar a las duras y a las maduras. Es un acto de responsabilidad para un proyecto que va más allá de la economía. Una entidad que solo se centre en la balanza comercial y abandone la humanidad está condenada al colapso. Porque la Unión Europea será de personas, o no será nada.

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