dijous, 24 de maig del 2012

Whisky con hielo.


-aquí tiene, cuatrocientos. ¿Necesita un sobre?
-no gracias, me los llevare así.
-como desee. Aquí tiene su libreta actualizada. Muchas gracias.
Era la habitual cantinela en su oficio. Hacia más de veinticinco años que sentado detrás del mostrador, Salvador contaba y repartía el dinero de otros. Nunca había tenido en esos años la tentación de quedarse con aquello que no le pertenecía, si bien es cierto que su sueldo, a diferencia del de la mayoría de sus clientes, le daba de sobra para vivir bien.
Una vida que eso si, no le podía otorgar la monotonía de su trabajo, solo rota muy de vez en cuando, afortunadamente, con algún miserable o listo, o ambas cosas a la vez, que pensaba que a los malos nunca los atrapan tras robar un banco, como en las novelas.
-démelo suelto, no quiero billetes de cincuenta.
El hombre era mayor, uno de los muchos extranjeros que perseguían el calor en su vejez. Llevaba unos meses viniendo cada quince días junto a su nieta de diecisiete años a sacar la misma cantidad, siempre dos cientos cien euros de su pensión, en billetes de veinte euros. Su mujer, le contaba como queriendo justificarse, no quería que le diera a su nieta la paga, pero ¡como negársela! La mucha tenía todas las pintas de alternativa con síndrome de lorita, y pocas ganas de trabajar. Una historia más de los clientes que, creyéndose importantes, piensan que le puede interesar lo que hace con su dinero, rompiéndole el tedio de la monotonía.
-aquí tiene Jean Luc, en billetes de veinte, como siempre.
Tan solo dos veces a lo largo de su trayectoria profesional había sentido en su propia piel el frenesí y la excitación de un atraco. Recordaba perfectamente el muchacho que hacia dieciocho años había entrado con una recortada. Era la época en que los bancos se protegían con orondos y generalmente poco ágiles vigilantes jurados en espera de una vida mejor tras la jubilación, en pleno auge del Benidorm de la tercera edad. Podía haber sido el atracador cualquiera de los pobres iletrados que pensaban que la vida solo podía llamarse así con un vaso en la mano, una mujer en la otra, apurando un pitillo y sin ataduras de ningún tipo. Después descubrió que se llamaba Juan Luis y tenía dos hijos y mujer en cinta con diecinueve años. El muchacho, un tanto nervioso, salio con el cuantioso botín de ciento veinticinco mil pesetas de la época. Suficiente en su mente corta de miras para pegarse la gran vida el resto de sus días, o al menos una quincena, si no le hubieran descerrajado dos tiros a veinte metros de la puerta del banco la guardia civil.
La segunda ocasión era mucho mas reciente, dos años atrás. En la época de las cámaras de seguridad, las alarmas silenciosas y el Internet, tres inmigrantes del este, que según los medios de comunicación, acostumbrados a grandes titulares y noticias pequeñas, formaban una banda, decidieron hacer un trabajo sutil. La sutilidad duro lo que tardaron en traspasar el escaparate del banco con una carretilla elevadora prestada por el constructor que les adeudaba seis nominas. Mientras el conductor intentaba cargar el cajero automático en una furgoneta del mismo dueño, con los rótulos en las puertas, sus dos infelices acompañantes apuntaban al pobre Víctor, dos comerciales y al director de la entidad para que abrieran la caja y les dieran todo el dinero. Apoyados por la fama de excombatiente que acompaña a todo inmigrante del este y por dos pistolas simuladas, junto a la inestimable ayuda de la hombría del director, estuvieron a un tris del éxito en su misión un día 29 de agosto. Y no triunfaron por la rápida acción de la benemérita o la policía nacional. Tampoco por la reacción de los vigilantes de seguridad que, distraídos con tanto monitor no se dieron cuenta de nada.
Cuando la autoridad hizo acto de presencia, se encontró una furgoneta con los ejes rotos por el peso de un cajero automático, y a tres previsores hombres del este que intentaban arrancar el vehiculo a golpes, con dos bolsas de plástico llenas de billetes, vales, decimos de lotería y algunas antiguallas que conservaba la caja, mas por desidia en la limpieza que por valor.
Fue esta la última vez que su mujer había mostrado preocupación por su persona. Ahora no sabría decir si fue por guardar las apariencias o por verdadera preocupación. Tras veintiún años de matrimonio, la había encontrado en la cama con el director de la oficina, el mismo que demostró gran hombría con los atracadores.
No hubo reproches ni pleito para el divorcio. Un hombre de la compañía como él no supo decir si le dolía más la traición por la madre de su único hijo o por la de un compañero del banco. Él, que tras tantos años de servicio fiel sentía como una parte más de su cuerpo a esa entidad dedicada a lucrarse mediante la comisión y el interés, nunca habría traicionado a un compañero.
Por suerte, su verdadero amor y ultimo refugio, el banco, no le dejo en la estacada en ese lamentable trance. Enterados los de recursos humanos de los teje manejes del director, fue trasladado a una oficina de la capital del estado. Su victoria moral duro lo que tardaron en llegar los clientes para conocer al nuevo director, y darse cuenta que donde el tipo de interés y las ganancias estaban garantizados con el antiguo, las perdidas y la necesidad de nuevas inversiones crecían con el nuevo. Beneficios lo llamaban los directivos desde sus cómodos sillones de piel en sus despachos soleados. Desde su silla de oficina tras un mostrador a la sombra de pasquines, folletos, folletines y engaños él lo llamaba eufemísticamente política de empresa.
Tras el cierre de la oficina, donde raro era el día que no cuadrara a la primera, su rutina no perdía el carácter monótono. Marchaba a su apartamento, una nueva casa conseguida gracias a un embargo del banco donde pudo guardar sus pertenencias tras el divorcio, cuando su esposa se quedo con la casa familiar. Junto a ella quedó su pasado, su vida, un coche recién comprado y el hijo de ambos, al que rara vez veía si no era para darle dinero o sacarle de algún lío. Llegaba a su morada caminando desde su la oficina, situada tan solo a tres calles, y abría la puerta. El precio había sido una ganga, más para un empleado de su trayectoria, pero no dejaba de ser una casa moderna. Sesenta metros cuadrados pensados para las familias del hoy, donde ayer había solo un soltero. Tras comer la comida preparada el día anterior, preparaba la del siguiente. Entre fogones encontraba un poco de paz interior y un momento de orgullo, tras comprobar como con dedicación y la ayuda de algún manual, los secretos la cocina iban cayendo uno tras otro, cruzando más allá del umbral de la tortilla de patatas.
Justo a la mitad de las tareas domesticas, que siempre contaban con el auxilio de la mujer que limpiaba y ponía las lavadoras, llegaba el tiempo de la pausa. Era en ese momento entado en su nuevo sillón y enfrente de la pantalla plana que se había dado como capricho personal, cuando llegaba el primer abrazo a los placeres mundanos. Mientras contemplaba alguna reposición de los noticiarios gracias a la variedad de la televisión digital, o contemplaba la vida de otros dejando pasar la suya mediante la telé realidad, tomaba la primera cerveza del día.
Tras este tiempo nunca lo bastante largo, nunca lo bastante agradable, volvía al deber casero, dejando preparada la muda para el día siguiente. Como no podía ser de otra forma, controlaba desde el banco el pago puntual de todas sus facturas, la asistenta y la pensión a su esposa, y siempre era puntual al pago. Anotaba bien claro el debe y el haber de sus financias, inversiones y demás economías en un libro de cuentas que le acompañaba, en sucesivos ejemplares, desde sus inicios. Tras dedicar al correo lo necesario según su volumen, y contemplar en la agenda sus citas para el día siguiente, que nunca pasaban de una visita a algún medico o algún papeleo, rara vez visitas de placer, llegaba la noche. Y con su abrazo frió y oscuro, tomaba su cartera, su abrigo si era necesario y su desanimo y bajaba al bar de la esquina, siempre puntual, siempre a las ocho de la tarde.
Era un bar de los que son tan habituales en todos los pueblos. A medio camino entre la cafetería, el Pub y el bar de comidas, el dueño vivía de todo lo que pudiera consumirse en su local, legal o ilegalmente. Pocas eran las noches en que a una hora selecta no acompañaba al dueño y a unos pocos parroquianos reacios a volver a las hieles de sus hogares en el cierre, en esa hora en que las persianas están a medio bajar y la ley antitabaco no vale ni el papel en el que esta impresa.
Era justo el momento en que en raras ocasiones, cuando el aprecio del dueño sobrepasaba el límite del respeto al buen pagador, donde las lenguas se soltaban por el alcohol, y las palabras sobre la vida sustituyen a la política, el futbol o los toros.
Como no había normas, cada cual contaba sus penas según su ánimo, y todos escuchaban, que era lo que más ansiaban todos, ser escuchados, pues todos creían tener algo que contar. También Salvador había pasado por ello, en un día en que la melancolía pudo al pudor, y donde el dolor fue compartido con el dueño del bar y un parroquiano junto a media botella de Red Label. Solo había una tradición, una directriz o costumbre. Si se hablaba con verdad, el alimento del verbo corría a cuenta del auditorio, siempre escaso.
Era en uno de estos días en los que, ante las ganas de confesión, faltaba confesor. El bar estaba casi vació, salvo un basurero que apuraba su cena antes de entrar en faena y algunos moros sentados en una esquina, donde muy a pesar del dueño, su dinero era tan bueno como cualquier otro. Salvador tenía un día melancólico, doloroso recuerdo, como casi todos en la vida, y apuraba su copa de whisky con soda. Pensaba que afortunadamente volvería a su casa sin derramar sus lágrimas sobre ningún alma tan errante como la suya, cuando un hombre tomo asiento a su lado y pidió una copa al dueño. Un whisky con hielo, Black Label.
-póngale otro a él, ¿no el importa verdad?
-estaba a punto de irme ya.
-un whisky con hielo no debería beberse en soledad en un bar. Acompáñeme, seguro que tiene una buena historia que contar.
-no le conozco amigo.
-no me conoce pero ya me llama amigo. Seguro que un buen whisky puede estrechar esta recién iniciada amistad.
Acepto, pensando en tomar solo una copa por no resultar adusto y no hacerle perder un cliente al dueño del bar, dispuesto a servir todos los whisky de marca que estuviera dispuesto a pagar el fulano. No encajaba en el lugar, pero nadie se percato, absortos como estaban los moros en sus licores, el barrendero en pagar su cuenta y el dueño del local en contar los euros que aun podía salvar del día gracias a aquella interrupción.
De rostro agradable pero distante, el hombre vestía elegantemente y hasta con cierta clase, abrigo negro de tres cuartos, traje y camisa oscura con una corbata brillante como una hoja de buen filo. Salvador no se fió, estos días donde un simple vendedor gusta lucir como un gran tiburón de las finanzas, un abrigo de buena factura y el buen traje que asomaba debajo no decían gran cosa. A pesar de ello, el hombre le resultaba familiar. No podía ser de su juventud, pues el hombre rondaría la treintena y el superaba los cincuenta. Quizás se tratara de un cliente del banco o futuro cliente en busca del favor para sus arcas, ante lo cual, sin duda, erraba el tiro. La directora del banco, una mujer rolliza y de risa y favores fáciles estaría encantada de atender a un ejemplar atractivo como él.
-no soy la persona indicada si necesita favores del banco.
-ah es usted banquero, ¿parece un trabajo interesante no?
Había cometido un error, revelando su oficio sin que fuera preguntado por él. Sin duda, el whisky con soda hacia sus estragos en su mente, aunque era difícil resistirse a confesar con aquel hombre, que desprendía un magnetismo especial, casi aterrante. Mientras explicaba lo monótono y tedioso de su oficio, guardando el dinero de los demás, sopeso las intenciones de su interlocutor. Quizás estuviera en su encanto el engaño, y buscara compañía no solo de alma y espíritu, si no carnal. No iban por allí sus gustos y aficiones, así que esperaba que al menos no hubiera ni la más minima proposición, ya que podía resultar violento el momento. Si el dueño del local odiaba a moros e inmigrantes por igual, ese desprecio solo era superado por el que mantenía hacia los homosexuales, producto de la inclinación de uno de sus hijos. Parafraseándolo, no sabia que había echo mal con el muchacho para que le saliera mariposon.
-al contrario, creo que su trabajo es de lo mas interesante.
-¿como?
-usted conoce la vida de las personas, sus más íntimos deseos y vicios, y como los satisfacen. Eso, amigo mío, no tiene precio.
-discúlpeme, pero somos profesionales. No podemos revelar ninguna información al respecto.
-¿quien habla de revelar amigo? Sin duda muchas agencias de información pagarían por conocer lo que usted tiene al alcance de la mano. Es mas, estoy seguro que muchas lo hacen con un solo clic.
-¿y de que sirve eso?
-la información es poder. Piénselo bien. Imagínese el político que le cargan en la tarjeta cien euros en una gasolinera un martes en la madrugada. Sus rivales políticos le destruirían hipócritamente por visitar clubes de putas. El joven que saca cada sábado por la noche treinta euros del cajero, justo lo que cuesta medio gramo de cocaína en el camello de confianza. El ama de casa que no gasta dinero en comida ni en productos para el hogar, si no todo en pagar tratamientos de belleza y préstamos. Sin duda debe recibir ingresos gracias a su cuidada belleza y las visitas de los amigos de su marido…todo eso conlleva información, y todo puede ser utilizado.
El último ejemplo le había dado en la línea de flotación, parecía dicho a propósito. Le miraba fijadamente mientras hablaba, seguro, tranquilo. Parecía un discurso aprendido por la seguridad de sus palabras, y el tono de voz era ligeramente moderado, sutilmente dulce. Remarcado con un acento extranjero apenas perceptible. Y en ese momento, recordó al constructor que había pedido en la mañana setenta mil euros en efectivo. Había hablado largo y tendido con el interventor, y solo ante la permisividad de la directora en concederlo a pesar de la normativa sobre blanqueo de dinero realizó el pedido a la central. Quizás se tratara de un inspector de hacienda o un policía persiguiendo a su presa. Debía estar alerta.
-parece usted afectado. ¿Alguna mala experiencia amorosa?
-¿Cómo dice?
Pidió dos copas mas, para regocijo del dueño del bar.
-su rostro se ha turbado cuando he dado el ejemplo del ama de casa. Una mala experiencia supongo.
-tan solo una mala mujer.
-bueno, hay bastantes de ellas. Tantas como malos hombres, eso si. Quizás sea bueno cambiar de tema.
Había esperado toda la noche alguien con confesarse, y un agente de la ley era tan bueno como cualquier parroquiano de costumbre, aunque recelaba un poco.
-bueno, no hay mucho que contar. Hoy hubiera sido nuestro aniversario de boda.
-¿cuantos años?
-hubieran sido veintitrés maravillosos años, pero solo fueron veintiuno.
-¿la quería?
-eso pensaba, fue un amor a primera vista, ¿sabe?...
Poco a poco, Salvador se confeso con su interlocutor, fue necesaria una nueva copa para finalizar el relato de sus años de noviazgo, y de matrimonio feliz, hasta el encuentro con la grotesca imagen de su jefe montándola.
-muchos habrían matado, o bien al tipo, o bien a la mujer, o incluso a ambos ayudándose de la coartada de la locura transitoria y los celos.
-y ¿que habría echo yo? ¿Irme a prisión a mis años? Así estaba bien, solo lamento que ella no me lo confesara todo, que no confiara en mi.
-¿tan solo le molesto la falta de confianza?
-hay algo peor en la mujer que vive contigo, que comparte tu vida, tus sueños y los suyos. ¿Puede haber algo peor que la falta de confianza con la mujer de tu vida?
-mucha gente no estaría de acuerdo contigo. Muchos dirían que simplemente no la querías. Por eso no te importa.
-y quizás tuvieran razón. Cuento dinero y eso me gusta. A ella no, ella quería gastarlo, no contarlo. Solo soy cajero en un banco. Decía usted que eso era poder, y quizás eso es lo que me obliga, pero también es lo que me gusta. Yo amo mi trabajo, amo al banco.
-a su manera, el banco es tu esposa, tu amante y tu castigo.
-si, tiene razón. Quizás eso sea todo, el banco es mi vida, y no mi mujer.
-eres un hombre extraño Salvador. No hay mucha gente que reconozca sus filias hoy en día, más si se salen de lo normal.
-¿usted cree? No se por que le cuento todo esto la verdad…
De repente callo. No se habían presentado, y estaba seguro que ni él ni nadie habían pronunciado su nombre. De hecho él desconocía el del visitante. Estaba apunto de apurar el ultimo sorbo de su vaso, pero dejo lo dejo sobre el mostrador mientras se levantaba. ¿Como podía haberlo llamado por su nombre?
-¿como sabe como me llamo?
-vamos tranquilo, no hay motivo para ponerse a la defensiva. Tome otra copa.
Hizo una seña al dueño, que se acerco a su posición un poco alerta por lo reacio de su cliente habitual al trato con el visitante. Sin duda un hombre atento a su trabajo, que conocía las relaciones entre personas a primera vista.
-¿Hay algún problema?
-ninguno, ¿verdad Salvador? Sírvanos otra copa.
-estoy a punto de cerrar-sentencio el dueño del bar en un intento de evitarse problemas. Lo último que quería era una pelea de borrachos en su bar, ya tenía bastante con los moros alargando la velada.
El invitado inalterable metió la mano en su bolsillo y sacando un billete de cien euros, lo tendió sobre la barra para asombro del dueño y de Salvador. No había perdido ni la presencia ni las maneras, simplemente pagaba por su tiempo, sin alterarse el pulso.
-no creo que haya problemas con el tiempo, ¿verdad?
El dueño miro al billete, a quien lo había depositado sobre la mesa y a un Salvador tan asombrado como él varias veces. Miro a Salvador a los ojos y espero una negativa o un gesto de marcharse, esperando que no se produjera. Guardando el billete en la caja sonrío, había salvado bien el día. Dejo la botella sobre la mesa junto a dos vasos, rebusco en el fondo de la barra y facilito una cubitera repleta.
-si no les importa, iré limpiando mientras apuran esa botella. No dude en avisarme si quieren otra.
Se marcho dejando a salvador asolas con el extraño. Este tomo la botella y sirvió dos copas, y tendiéndole una a salvador añadió:
-tome asiento, tenemos mucho de que hablar.
Salvador se sentó, un poco angustiado. Quien seria aquel visitante.
-¿es usted policía?
-¿cree que llevo placa y pistola bajo el abrigo? No es mi estilo.
-¿de hacienda?
-no trabajo para el gobierno. Para ningún gobierno.
-¿quien es usted?
-Alguien que busca conversación.
-oiga, no es por herir sus sentimientos, pero creo que ha entendido mal. No soy…
-tranquilo Salvador, no hay nada sexual en mi interés por usted. Simplemente me gusta conversar. No crea que es fácil en este siglo conseguir un buen conservador, en el ambiente adecuado y con los oídos justos.
-¿de que quiere conversar?
-que hay mas importante para conversar en la vida, que la vida misma.
-ya conoce mi vida. No hay mucho que contar,
-discrepo con usted, ve, ya tenemos debate. Usted dice que su vida es miserable.
-yo no he dicho eso.
-pero lo ha pensado, eso dejaba traslucir su tono y su mirada.
-¿cree saber lo que pienso?
-no, tampoco lo necesito.
-usted no sabe nada sobre mi.
-para empezar, conozco su nombre.
-eso es fácil de averiguar. No se de meritos de más.
-¿quiere una prueba? Debería confiar más en las personas.
Apuro su copa, y se presto a servirse otra. La botella aun contenía tres cuartos de su contenido. Salvador, que aun no había aceptado la copa anterior lo miraba intranquilo. No terminaba de fiarse de aquel tipo, que decía que no era policía, pero actuaba como tal. No es que salvador tuviera mucha experiencia con agentes de la ley, pero sin duda aquel tipo actuaba como los policías de las películas y las series, Había muchas horas de televisión en su vida. A pesar de ello, la curiosidad que emanaba aquel extraño, elegantemente vestido y dispuesto a pagar cuantas copas fueran necesarias era insuperable para salvador en aquel momento.
-si no va a marcharse, debería tomar ese trago antes que el hielo lo estropee del todo.
-quizás debería-dijo salvador mientras se preparaba a tomar el trago- no hay nada que pueda decir que me sorprenda.
Pero se equivocaba.
-fue una lastima que su abuelo no viera en que se ha convertido su nieto.
-¿como dice?
-todos estaban emocionados. Su primer nieto estaba a punto de nacer. Reunidos en el salón creo recordar que se encontraba su abuela, sus tías y su padre nervioso, mientras la comadrona atendía su parto.
-como sabe usted…
-espere hombre, no interrumpa -rió el extraño- por donde iba, ah si. Fue un parto difícil, a punto estuvo de marcharse su madre. Pero al final se escucho desde la habitación los lloros de un niño. Los suyos, tenia buenos pulmones dijo su abuelo mirando a su padre. Estaban contentos al enterarse que había sido un varón, y justo cuando iban a entrar a ver a la criatura, a usted quería decir, su abuelo callo fulminado. Solo le pudo oír.
-¿como sabe usted eso?
-usted lleva su nombre por su abuelo. Iba a llamarse santiago, pero al final le pusieron el nombre del abuelo que nunca puco conocer, al menos en vida. Es curioso, de todos los momentos en que puede manifestarse una cardiopatía, en su caso fue en el momento de máxima felicidad. Eso si, a su abuelo no le habría gustado conocerlo.
Salvador lo miraba fijamente. No sabia que decir. La historia se la había contado su abuela miles de veces, sin culparlo a él de la muerte, pero si como acto de responsabilidad para sus actos. Y aquel desconocido emitía un juicio como si conociera los pensamientos de sus abuelos. El siempre había notado que su abuela no estaba orgullosa de él.
-quien es usted. Como se atreve a decir eso. No pienso continuar esta conversación si saber de donde ha sacado esa historia. ¿Se la ha contado Luisa? ¿Es una broma pesada?
-no conozco a su ex esposa, aun. No altere, no le hará bien en su estado
-¿como que en mi estado? Que sabe usted de mi estado. ¿Conoce a luisa o no?
Se levanto alterado y copio por el pecho al hombre, como si fuera a golpearlo sacudiéndolo para obligarlo a hablar. El dueño del bar se acerco dispuesto a zanjar la disputa, pero una mirada del extraño le hizo detenerse, al tiempo que hacia un gesto con la mano para que no se acerque. Salvador continuaba sacudiéndolo por la pechera, y entre risas, empezó a recitar:
La muerte
entra y sale
de la taberna.
Pasan caballos negros
y gente siniestra
por los hondos caminos
de la guitarra.
Y hay un olor a sal
y a sangre de hembra,
en los nardos febriles
de la marina.
La muerte
entra y sale,
y sale y entra
la muerte
de la taberna.
-esta usted loco-dijo al tiempo que lo lanzaba sobre la barra dispuesto a marcharse entre las risas del extraño.
-jajaja yo de usted no saldría, Salvador.
-váyase al infierno.
-¿No quiere acompañarme? Jajaja ¡siéntese ahí! Le daré otra muestra.
El tono fue autoritario y Salvador, bien por la sorpresa o bien por una fuerza misteriosa obedeció. El extraño se ajusto el abrigo de espaldas, aunque podía verle por el espejo del mostrador. Desde su posición pudo observar como los moros se levantaban un tanto aturdidos tras horas de consumo y salían del bar en alegre conversación.
-fíjese bien en ellos. En dos minutos, dos de esos marroquíes pasaran corriendo por la puerta en dirección contraria a la que han salido ahora. Poco después será un coche patrulla y una ambulancia la que vaya hacia la primera dirección. Tendrá el tiempo justo de ir al callejón que hay veinte metros más allá y comprobar que ha sucedido con el tercer marroquí. Yo le esperare aquí para contestar sus preguntas.
-¿como? ¿Esta usted loco?
-estése atento, falta poco.
Los dos miraban hacia la puerta, donde no pasaba nada. De repente, tal y como había predicho el extraño, dos de los marroquíes pasaron corriendo como si el mismo demonio los persiguiera, en la dirección contraria a la que habían salido.-vamos, date prisa, no tienes mucho tiempo.
El frío en la calle ya apretaba, como era de esperar en un avanzado mes de noviembre. Cuando salvador se pregunto que era lo que realmente estaba haciendo, estaba a punto de entrar en el callejón, tal y como le había indicado el extraño. Allí vio como en el suelo, en un charco e sangre, estaba el cuerpo inerte del tercer marroquí, degollado como un cerdo en plena matanza de San Martín. A punto estuvo de vomitar ante la visión del cadáver.
Sin saber por que, cuando lo más fácil habría sido acudir a la policía o marcharse a casa, donde encerrar un recuerdo mas tras varias latas de cerveza barata, volvió al bar. Allí, en el mismo taburete permanecía sentado, de espaldas a la puerta el extraño. Tomo el asiento de su derecha, y mirándolo fijamente, bebió de un trago todo el contenido del vaso que su acompañante le servia, y tras esto, le soltó una catarata de preguntas.
-¿quien eres? ¿Cómo sabias la suerte de ese infeliz? ¿Quieres involucrarme en algo turbio? Mira no soy tu hombre. ¿Por qué no me dejas en paz?
-por favor Salvador. Diría que estas nervioso.
-¿eres un psicópata?
-por favor Salvador, soy un artista, no me compares con esos carniceros estupidos que se masturban sobre sus heces.
-¿un artista? Como un artista predice la muerte de ese moro. ¿Quien eres?
El extraño bebió un sorbo largo de su vaso, apurando una vez más su contenido. Parecía transfigurarse y nada tenía ya del hombre que había entrado en un principio. Lucia un aspecto más joven, y al mismo tiempo como un anciano. Su vestimenta, sus modos, su acento era el mismo, pero al mismo tiempo, era distinto. Parecía que el tiempo se había detenido antes de que dejara el vaso sobre la barra, junto al suyo. Después tomo de nuevo la botella, ya por la mitad de su contenido, y la miro fijamente, divertido. Mientras vertía de nuevo el contenido sobre los vasos vacíos, hablo:
-Shinigami, Ah Puch, Keres o Azrael son algunos de mis nombres, según donde te encuentres. Los egipcios me llamaron Anubis y me adoraban con cabeza de chacal. Para los griegos del sitio de Illion fui Thanatos. Mors me llamo Julio Cesar cuando lo visite en los idus de marzo.
-¿la broma ha llegado ya muy lejos no crees?
En ese momento, el extraño le tomo la mano. Fría cual bloque de hielo, le miro a su cara y solo encontró una calavera donde antes había carne, pero las cuencas vacías de sus ojos, le miraban fijamente.
-dios mío, ¿ha llegado mi hora?
El extraño volvió a su forma original, y rió.
-¿crees que si viniera a por ti perdería mi tiempo conversando? Soy un profesional.
-¿pero por que yo?
-no hay un por que. Encargado de segar la vida, en ocasiones encuentro diversión en conocer a mis futuros encargos. Solo algunos resultan interesantes. No creas.
-¿algunos?
-Luis XVI era un pedante. No entendía por que le pasaba eso.
-espera un momento, ¿no has venido a por mi?
No, pero de todas formas es tarde. Tengo trabajo, amigo mío. Mañana tomaremos una copa.
Salieron los dos del bar, mientras el dueño, aliviado por poder cerrar ya colocaba los taburetes sobre la barra, para lavar el piso.
-discúlpeme, señor muerte.
-llámame de otra forma, hombre.
-si bueno, discúlpeme. No creo que pueda volver a verle. No podría soportar la presión de…
-tonterías, si en el fin de tus días igual tendré que visitarte.
-ya pero no sabre el día.
-por favor, soy un profesional, jamás revelaría ni tu día ni el de tus seres queridos.
-¿no temes que lo cuente todo?
-¿para que te tomen por loco? Pareces inteligente, pero es un riesgo perfectamente asumible. Piensa que la muerte te esta mirando.
-si bueno, pero.
-mira no tengo tiempo-dijo mientras paraba a un taxi y entraba en él- mañana nos vemos, tu solo busca un bar, yo estaré allí.
-¿que tiene de malo este? Acertó a preguntar Salvador.
-estará cerrado por defunción.
Miro al interior del local y vio como el dueño del bar se agarraba fuertemente el pecho y caía desplomado. Se giro. Mientras el taxi se alejaba aun podía escuchar en su cabeza la risa de la muerte al pronunciar su última sentencia.

dimarts, 15 de maig del 2012

Lo correcto.

    Cuentan que cuando Héctor, príncipe de Troya debió salir a enfrentarse a un enfurecido Aquiles por la muerte de su estúpido y joven primo/amante Patroclo, este pudo rehusar. Pudo elegir huir por un pasadizo con su mujer e hijos, y vivir plácidamente dando la espalda a la tragedia que terminó con la ciudad que hizo de él lo que era. Pero no lo hizo y murió a sus puertas, defendiendo a su gente. Nueve días arrastro Aquiles su cadáver bajo las murallas de la ciudad.

    Cuentan que al mismo Aquiles su madre le advirtió que el oráculo había predicho su muerte e inmortalidad si viajaba a Ilion, mientras que una placida existencia y el recuerdo de los suyos si se quedaba en Ftìa. Su decisión es por todos conocida, no cabía esperarse menos de un héroe griego. Murió y alcanzo la fama inmortal.

     En una sociedad como la nuestra, donde tanta importancia se quiere dar a las relaciones humanas, hemos perdido el nexo entre el individuo y la sociedad. La obligación no por egoísmo personal, si no por creencias o principios a realizar actos que vayan contra nuestra voluntad o deseo, simplemente por que son lo correcto. El sacrificio personal que muchas veces este comportamiento requiere, la frustración de conocer otro camino o simplemente la impotencia para escapar de la obligación, no resta si no que incrementa aún más la responsabilidad para con nosotros y los demás.

     El capitán de barco que abandona el último la nave a la deriva. El banquero que aconseja gastar lo mínimo y guardar lo suficiente. El empresario que cuida el bien de sus trabajadores como un valor más de su empresa. El ciudadano que denuncia al delincuente, por que no hacer nada no evita que te salpique la ola en algún momento…los ejemplos serian innumerables. El ser humano no es ser solo por si mismo, si no por su relación con los demás.

    Nuestra sociedad ha olvidado el respeto, la sumisión al bien común y a la moral. El egoísmo exacerbado ha sustituido a la solidaridad. En una sociedad de individuos, la gente con moral, con principios, solo puede juntarse para sobrevivir ante la desidia y el ataque de los demás. Solo así se explica el resurgimiento de los movimientos xenófobos, de la violencia, de la envidia…

    Sirva como ejemplo el siguiente caso: Si un medico recibe a un sin papeles enfermo, la moral de su profesión es tratarle, si no estaría faltando a los principios de la misma. No hay dinero, economía o prima de riesgo que altere este hecho. Así pues quizás estemos a tiempo de evitar que la vara de medir que juzga a la humanidad, a la sociedad y por extensión a cada uno de los seres humanos sea el dinero, en lugar de los propios actos de cada uno.

     El fin nunca justifica los medios. Quizás la esperanza solo resista en algunas pocas personas con principios, con moral, con eso que llamaban humanidad. Seres perfectos para un mundo imperfecto.


 «Cuando los nazis vinieron a buscar a los comunistas,
guardé silencio, porque yo no era comunista,
Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,
guardé silencio, porque yo no era socialdemócrata
Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,
no protesté, porque yo no era sindicalista,
Cuando vinieron a buscar a los judíos,
no protesté, porque yo no era judío,
Cuando finalmente vinieron a buscarme a mi,
no había nadie más que pudiera protestar.»
                           Martin Niemöller