-aquí tiene,
cuatrocientos. ¿Necesita un sobre?
-no gracias, me los
llevare así.
-como desee. Aquí tiene
su libreta actualizada. Muchas gracias.
Era la habitual
cantinela en su oficio. Hacia más de veinticinco años que sentado detrás del
mostrador, Salvador contaba y repartía el dinero de otros. Nunca había tenido
en esos años la tentación de quedarse con aquello que no le pertenecía, si bien
es cierto que su sueldo, a diferencia del de la mayoría de sus clientes, le
daba de sobra para vivir bien.
Una vida que eso si, no
le podía otorgar la monotonía de su trabajo, solo rota muy de vez en cuando,
afortunadamente, con algún miserable o listo, o ambas cosas a la vez, que
pensaba que a los malos nunca los atrapan tras robar un banco, como en las
novelas.
-démelo suelto, no
quiero billetes de cincuenta.
El hombre era mayor, uno
de los muchos extranjeros que perseguían el calor en su vejez. Llevaba unos
meses viniendo cada quince días junto a su nieta de diecisiete años a sacar la
misma cantidad, siempre dos cientos cien euros de su pensión, en billetes de
veinte euros. Su mujer, le contaba como queriendo justificarse, no quería que
le diera a su nieta la paga, pero ¡como negársela! La mucha tenía todas las
pintas de alternativa con síndrome de lorita, y pocas ganas de trabajar. Una
historia más de los clientes que, creyéndose importantes, piensan que le puede
interesar lo que hace con su dinero, rompiéndole el tedio de la monotonía.
-aquí tiene Jean Luc, en
billetes de veinte, como siempre.
Tan solo dos veces a lo
largo de su trayectoria profesional había sentido en su propia piel el frenesí
y la excitación de un atraco. Recordaba perfectamente el muchacho que hacia
dieciocho años había entrado con una recortada. Era la época en que los bancos
se protegían con orondos y generalmente poco ágiles vigilantes jurados en
espera de una vida mejor tras la jubilación, en pleno auge del Benidorm de la
tercera edad. Podía haber sido el atracador cualquiera de los pobres iletrados
que pensaban que la vida solo podía llamarse así con un vaso en la mano, una
mujer en la otra, apurando un pitillo y sin ataduras de ningún tipo. Después
descubrió que se llamaba Juan Luis y tenía dos hijos y mujer en cinta con
diecinueve años. El muchacho, un tanto nervioso, salio con el cuantioso botín
de ciento veinticinco mil pesetas de la época. Suficiente en su mente corta de
miras para pegarse la gran vida el resto de sus días, o al menos una quincena,
si no le hubieran descerrajado dos tiros a veinte metros de la puerta del banco
la guardia civil.
La segunda ocasión era
mucho mas reciente, dos años atrás. En la época de las cámaras de seguridad,
las alarmas silenciosas y el Internet, tres inmigrantes del este, que según los
medios de comunicación, acostumbrados a grandes titulares y noticias pequeñas,
formaban una banda, decidieron hacer un trabajo sutil. La sutilidad duro lo que
tardaron en traspasar el escaparate del banco con una carretilla elevadora
prestada por el constructor que les adeudaba seis nominas. Mientras el
conductor intentaba cargar el cajero automático en una furgoneta del mismo
dueño, con los rótulos en las puertas, sus dos infelices acompañantes apuntaban
al pobre Víctor, dos comerciales y al director de la entidad para que abrieran
la caja y les dieran todo el dinero. Apoyados por la fama de excombatiente que
acompaña a todo inmigrante del este y por dos pistolas simuladas, junto a la
inestimable ayuda de la hombría del director, estuvieron a un tris del éxito en
su misión un día 29 de agosto. Y no triunfaron por la rápida acción de la
benemérita o la policía nacional. Tampoco por la reacción de los vigilantes de
seguridad que, distraídos con tanto monitor no se dieron cuenta de nada.
Cuando la autoridad hizo
acto de presencia, se encontró una furgoneta con los ejes rotos por el peso de
un cajero automático, y a tres previsores hombres del este que intentaban
arrancar el vehiculo a golpes, con dos bolsas de plástico llenas de billetes,
vales, decimos de lotería y algunas antiguallas que conservaba la caja, mas por
desidia en la limpieza que por valor.
Fue esta la última vez
que su mujer había mostrado preocupación por su persona. Ahora no sabría decir
si fue por guardar las apariencias o por verdadera preocupación. Tras veintiún
años de matrimonio, la había encontrado en la cama con el director de la
oficina, el mismo que demostró gran hombría con los atracadores.
No hubo reproches ni
pleito para el divorcio. Un hombre de la compañía como él no supo decir si le
dolía más la traición por la madre de su único hijo o por la de un compañero
del banco. Él, que tras tantos años de servicio fiel sentía como una parte más
de su cuerpo a esa entidad dedicada a lucrarse mediante la comisión y el
interés, nunca habría traicionado a un compañero.
Por suerte, su verdadero
amor y ultimo refugio, el banco, no le dejo en la estacada en ese lamentable
trance. Enterados los de recursos humanos de los teje manejes del director, fue
trasladado a una oficina de la capital del estado. Su victoria moral duro lo
que tardaron en llegar los clientes para conocer al nuevo director, y darse
cuenta que donde el tipo de interés y las ganancias estaban garantizados con el
antiguo, las perdidas y la necesidad de nuevas inversiones crecían con el
nuevo. Beneficios lo llamaban los directivos desde sus cómodos sillones de piel
en sus despachos soleados. Desde su silla de oficina tras un mostrador a la
sombra de pasquines, folletos, folletines y engaños él lo llamaba
eufemísticamente política de empresa.
Tras el cierre de la
oficina, donde raro era el día que no cuadrara a la primera, su rutina no
perdía el carácter monótono. Marchaba a su apartamento, una nueva casa
conseguida gracias a un embargo del banco donde pudo guardar sus pertenencias
tras el divorcio, cuando su esposa se quedo con la casa familiar. Junto a ella
quedó su pasado, su vida, un coche recién comprado y el hijo de ambos, al que
rara vez veía si no era para darle dinero o sacarle de algún lío. Llegaba a su
morada caminando desde su la oficina, situada tan solo a tres calles, y abría
la puerta. El precio había sido una ganga, más para un empleado de su
trayectoria, pero no dejaba de ser una casa moderna. Sesenta metros cuadrados
pensados para las familias del hoy, donde ayer había solo un soltero. Tras
comer la comida preparada el día anterior, preparaba la del siguiente. Entre
fogones encontraba un poco de paz interior y un momento de orgullo, tras
comprobar como con dedicación y la ayuda de algún manual, los secretos la
cocina iban cayendo uno tras otro, cruzando más allá del umbral de la tortilla
de patatas.
Justo a la mitad de las
tareas domesticas, que siempre contaban con el auxilio de la mujer que limpiaba
y ponía las lavadoras, llegaba el tiempo de la pausa. Era en ese momento entado
en su nuevo sillón y enfrente de la pantalla plana que se había dado como
capricho personal, cuando llegaba el primer abrazo a los placeres mundanos.
Mientras contemplaba alguna reposición de los noticiarios gracias a la variedad
de la televisión digital, o contemplaba la vida de otros dejando pasar la suya
mediante la telé realidad, tomaba la primera cerveza del día.
Tras este tiempo nunca
lo bastante largo, nunca lo bastante agradable, volvía al deber casero, dejando
preparada la muda para el día siguiente. Como no podía ser de otra forma,
controlaba desde el banco el pago puntual de todas sus facturas, la asistenta y
la pensión a su esposa, y siempre era puntual al pago. Anotaba bien claro el
debe y el haber de sus financias, inversiones y demás economías en un libro de
cuentas que le acompañaba, en sucesivos ejemplares, desde sus inicios. Tras
dedicar al correo lo necesario según su volumen, y contemplar en la agenda sus
citas para el día siguiente, que nunca pasaban de una visita a algún medico o
algún papeleo, rara vez visitas de placer, llegaba la noche. Y con su abrazo
frió y oscuro, tomaba su cartera, su abrigo si era necesario y su desanimo y
bajaba al bar de la esquina, siempre puntual, siempre a las ocho de la tarde.
Era un bar de los que
son tan habituales en todos los pueblos. A medio camino entre la cafetería, el
Pub y el bar de comidas, el dueño vivía de todo lo que pudiera consumirse en su
local, legal o ilegalmente. Pocas eran las noches en que a una hora selecta no
acompañaba al dueño y a unos pocos parroquianos reacios a volver a las hieles
de sus hogares en el cierre, en esa hora en que las persianas están a medio
bajar y la ley antitabaco no vale ni el papel en el que esta impresa.
Era justo el momento en
que en raras ocasiones, cuando el aprecio del dueño sobrepasaba el límite del
respeto al buen pagador, donde las lenguas se soltaban por el alcohol, y las
palabras sobre la vida sustituyen a la política, el futbol o los toros.
Como no había normas,
cada cual contaba sus penas según su ánimo, y todos escuchaban, que era lo que
más ansiaban todos, ser escuchados, pues todos creían tener algo que contar.
También Salvador había pasado por ello, en un día en que la melancolía pudo al
pudor, y donde el dolor fue compartido con el dueño del bar y un parroquiano
junto a media botella de Red Label. Solo había una tradición, una directriz o
costumbre. Si se hablaba con verdad, el alimento del verbo corría a cuenta del
auditorio, siempre escaso.
Era en uno de estos días
en los que, ante las ganas de confesión, faltaba confesor. El bar estaba casi
vació, salvo un basurero que apuraba su cena antes de entrar en faena y algunos
moros sentados en una esquina, donde muy a pesar del dueño, su dinero era tan
bueno como cualquier otro. Salvador tenía un día melancólico, doloroso
recuerdo, como casi todos en la vida, y apuraba su copa de whisky con soda.
Pensaba que afortunadamente volvería a su casa sin derramar sus lágrimas sobre
ningún alma tan errante como la suya, cuando un hombre tomo asiento a su lado y
pidió una copa al dueño. Un whisky con hielo, Black Label.
-póngale otro a él, ¿no
el importa verdad?
-estaba a punto de irme
ya.
-un whisky con hielo no
debería beberse en soledad en un bar. Acompáñeme, seguro que tiene una buena
historia que contar.
-no le conozco amigo.
-no me conoce pero ya me
llama amigo. Seguro que un buen whisky puede estrechar esta recién iniciada amistad.
Acepto, pensando en
tomar solo una copa por no resultar adusto y no hacerle perder un cliente al
dueño del bar, dispuesto a servir todos los whisky de marca que estuviera
dispuesto a pagar el fulano. No encajaba en el lugar, pero nadie se percato,
absortos como estaban los moros en sus licores, el barrendero en pagar su
cuenta y el dueño del local en contar los euros que aun podía salvar del día
gracias a aquella interrupción.
De rostro agradable pero
distante, el hombre vestía elegantemente y hasta con cierta clase, abrigo negro
de tres cuartos, traje y camisa oscura con una corbata brillante como una hoja
de buen filo. Salvador no se fió, estos días donde un simple vendedor gusta
lucir como un gran tiburón de las finanzas, un abrigo de buena factura y el
buen traje que asomaba debajo no decían gran cosa. A pesar de ello, el hombre
le resultaba familiar. No podía ser de su juventud, pues el hombre rondaría la
treintena y el superaba los cincuenta. Quizás se tratara de un cliente del
banco o futuro cliente en busca del favor para sus arcas, ante lo cual, sin
duda, erraba el tiro. La directora del banco, una mujer rolliza y de risa y
favores fáciles estaría encantada de atender a un ejemplar atractivo como él.
-no soy la persona
indicada si necesita favores del banco.
-ah es usted banquero,
¿parece un trabajo interesante no?
Había cometido un error,
revelando su oficio sin que fuera preguntado por él. Sin duda, el whisky con
soda hacia sus estragos en su mente, aunque era difícil resistirse a confesar
con aquel hombre, que desprendía un magnetismo especial, casi aterrante.
Mientras explicaba lo monótono y tedioso de su oficio, guardando el dinero de
los demás, sopeso las intenciones de su interlocutor. Quizás estuviera en su
encanto el engaño, y buscara compañía no solo de alma y espíritu, si no carnal.
No iban por allí sus gustos y aficiones, así que esperaba que al menos no
hubiera ni la más minima proposición, ya que podía resultar violento el momento.
Si el dueño del local odiaba a moros e inmigrantes por igual, ese desprecio
solo era superado por el que mantenía hacia los homosexuales, producto de la
inclinación de uno de sus hijos. Parafraseándolo, no sabia que había echo mal
con el muchacho para que le saliera mariposon.
-al contrario, creo que
su trabajo es de lo mas interesante.
-¿como?
-usted conoce la vida de
las personas, sus más íntimos deseos y vicios, y como los satisfacen. Eso,
amigo mío, no tiene precio.
-discúlpeme, pero somos
profesionales. No podemos revelar ninguna información al respecto.
-¿quien habla de revelar
amigo? Sin duda muchas agencias de información pagarían por conocer lo que
usted tiene al alcance de la mano. Es mas, estoy seguro que muchas lo hacen con
un solo clic.
-¿y de que sirve eso?
-la información es
poder. Piénselo bien. Imagínese el político que le cargan en la tarjeta cien
euros en una gasolinera un martes en la madrugada. Sus rivales políticos le
destruirían hipócritamente por visitar clubes de putas. El joven que saca cada
sábado por la noche treinta euros del cajero, justo lo que cuesta medio gramo
de cocaína en el camello de confianza. El ama de casa que no gasta dinero en
comida ni en productos para el hogar, si no todo en pagar tratamientos de
belleza y préstamos. Sin duda debe recibir ingresos gracias a su cuidada
belleza y las visitas de los amigos de su marido…todo eso conlleva información,
y todo puede ser utilizado.
El último ejemplo le
había dado en la línea de flotación, parecía dicho a propósito. Le miraba
fijadamente mientras hablaba, seguro, tranquilo. Parecía un discurso aprendido
por la seguridad de sus palabras, y el tono de voz era ligeramente moderado,
sutilmente dulce. Remarcado con un acento extranjero apenas perceptible. Y en
ese momento, recordó al constructor que había pedido en la mañana setenta mil
euros en efectivo. Había hablado largo y tendido con el interventor, y solo
ante la permisividad de la directora en concederlo a pesar de la normativa
sobre blanqueo de dinero realizó el pedido a la central. Quizás se tratara de
un inspector de hacienda o un policía persiguiendo a su presa. Debía estar
alerta.
-parece usted afectado.
¿Alguna mala experiencia amorosa?
-¿Cómo dice?
Pidió dos copas mas,
para regocijo del dueño del bar.
-su rostro se ha turbado
cuando he dado el ejemplo del ama de casa. Una mala experiencia supongo.
-tan solo una mala
mujer.
-bueno, hay bastantes de
ellas. Tantas como malos hombres, eso si. Quizás sea bueno cambiar de tema.
Había esperado toda la
noche alguien con confesarse, y un agente de la ley era tan bueno como
cualquier parroquiano de costumbre, aunque recelaba un poco.
-bueno, no hay mucho que
contar. Hoy hubiera sido nuestro aniversario de boda.
-¿cuantos años?
-hubieran sido
veintitrés maravillosos años, pero solo fueron veintiuno.
-¿la quería?
-eso pensaba, fue un
amor a primera vista, ¿sabe?...
Poco a poco, Salvador se
confeso con su interlocutor, fue necesaria una nueva copa para finalizar el
relato de sus años de noviazgo, y de matrimonio feliz, hasta el encuentro con
la grotesca imagen de su jefe montándola.
-muchos habrían matado,
o bien al tipo, o bien a la mujer, o incluso a ambos ayudándose de la coartada
de la locura transitoria y los celos.
-y ¿que habría echo yo?
¿Irme a prisión a mis años? Así estaba bien, solo lamento que ella no me lo
confesara todo, que no confiara en mi.
-¿tan solo le molesto la
falta de confianza?
-hay algo peor en la
mujer que vive contigo, que comparte tu vida, tus sueños y los suyos. ¿Puede
haber algo peor que la falta de confianza con la mujer de tu vida?
-mucha gente no estaría
de acuerdo contigo. Muchos dirían que simplemente no la querías. Por eso no te
importa.
-y quizás tuvieran
razón. Cuento dinero y eso me gusta. A ella no, ella quería gastarlo, no
contarlo. Solo soy cajero en un banco. Decía usted que eso era poder, y quizás
eso es lo que me obliga, pero también es lo que me gusta. Yo amo mi trabajo,
amo al banco.
-a su manera, el banco
es tu esposa, tu amante y tu castigo.
-si, tiene razón. Quizás
eso sea todo, el banco es mi vida, y no mi mujer.
-eres un hombre extraño
Salvador. No hay mucha gente que reconozca sus filias hoy en día, más si se
salen de lo normal.
-¿usted cree? No se por
que le cuento todo esto la verdad…
De repente callo. No se
habían presentado, y estaba seguro que ni él ni nadie habían pronunciado su
nombre. De hecho él desconocía el del visitante. Estaba apunto de apurar el
ultimo sorbo de su vaso, pero dejo lo dejo sobre el mostrador mientras se
levantaba. ¿Como podía haberlo llamado por su nombre?
-¿como sabe como me
llamo?
-vamos tranquilo, no hay
motivo para ponerse a la defensiva. Tome otra copa.
Hizo una seña al dueño,
que se acerco a su posición un poco alerta por lo reacio de su cliente habitual
al trato con el visitante. Sin duda un hombre atento a su trabajo, que conocía
las relaciones entre personas a primera vista.
-¿Hay algún problema?
-ninguno, ¿verdad Salvador?
Sírvanos otra copa.
-estoy a punto de cerrar-sentencio
el dueño del bar en un intento de evitarse problemas. Lo último que quería era
una pelea de borrachos en su bar, ya tenía bastante con los moros alargando la
velada.
El invitado inalterable
metió la mano en su bolsillo y sacando un billete de cien euros, lo tendió
sobre la barra para asombro del dueño y de Salvador. No había perdido ni la
presencia ni las maneras, simplemente pagaba por su tiempo, sin alterarse el
pulso.
-no creo que haya
problemas con el tiempo, ¿verdad?
El dueño miro al
billete, a quien lo había depositado sobre la mesa y a un Salvador tan
asombrado como él varias veces. Miro a Salvador a los ojos y espero una
negativa o un gesto de marcharse, esperando que no se produjera. Guardando el
billete en la caja sonrío, había salvado bien el día. Dejo la botella sobre la
mesa junto a dos vasos, rebusco en el fondo de la barra y facilito una cubitera
repleta.
-si no les importa, iré
limpiando mientras apuran esa botella. No dude en avisarme si quieren otra.
Se marcho dejando a
salvador asolas con el extraño. Este tomo la botella y sirvió dos copas, y
tendiéndole una a salvador añadió:
-tome asiento, tenemos
mucho de que hablar.
Salvador se sentó, un
poco angustiado. Quien seria aquel visitante.
-¿es usted policía?
-¿cree que llevo placa y
pistola bajo el abrigo? No es mi estilo.
-¿de hacienda?
-no trabajo para el
gobierno. Para ningún gobierno.
-¿quien es usted?
-Alguien que busca
conversación.
-oiga, no es por herir
sus sentimientos, pero creo que ha entendido mal. No soy…
-tranquilo Salvador, no
hay nada sexual en mi interés por usted. Simplemente me gusta conversar. No
crea que es fácil en este siglo conseguir un buen conservador, en el ambiente
adecuado y con los oídos justos.
-¿de que quiere
conversar?
-que hay mas importante
para conversar en la vida, que la vida misma.
-ya conoce mi vida. No
hay mucho que contar,
-discrepo con usted, ve,
ya tenemos debate. Usted dice que su vida es miserable.
-yo no he dicho eso.
-pero lo ha pensado, eso
dejaba traslucir su tono y su mirada.
-¿cree saber lo que
pienso?
-no, tampoco lo
necesito.
-usted no sabe nada
sobre mi.
-para empezar, conozco
su nombre.
-eso es fácil de
averiguar. No se de meritos de más.
-¿quiere una prueba?
Debería confiar más en las personas.
Apuro su copa, y se
presto a servirse otra. La botella aun contenía tres cuartos de su contenido.
Salvador, que aun no había aceptado la copa anterior lo miraba intranquilo. No
terminaba de fiarse de aquel tipo, que decía que no era policía, pero actuaba
como tal. No es que salvador tuviera mucha experiencia con agentes de la ley,
pero sin duda aquel tipo actuaba como los policías de las películas y las
series, Había muchas horas de televisión en su vida. A pesar de ello, la
curiosidad que emanaba aquel extraño, elegantemente vestido y dispuesto a pagar
cuantas copas fueran necesarias era insuperable para salvador en aquel momento.
-si no va a marcharse,
debería tomar ese trago antes que el hielo lo estropee del todo.
-quizás debería-dijo
salvador mientras se preparaba a tomar el trago- no hay nada que pueda decir
que me sorprenda.
Pero se equivocaba.
-fue una lastima que su
abuelo no viera en que se ha convertido su nieto.
-¿como dice?
-todos estaban
emocionados. Su primer nieto estaba a punto de nacer. Reunidos en el salón creo
recordar que se encontraba su abuela, sus tías y su padre nervioso, mientras la
comadrona atendía su parto.
-como sabe usted…
-espere hombre, no
interrumpa -rió el extraño- por donde iba, ah si. Fue un parto difícil, a punto
estuvo de marcharse su madre. Pero al final se escucho desde la habitación los
lloros de un niño. Los suyos, tenia buenos pulmones dijo su abuelo mirando a su
padre. Estaban contentos al enterarse que había sido un varón, y justo cuando
iban a entrar a ver a la criatura, a usted quería decir, su abuelo callo
fulminado. Solo le pudo oír.
-¿como sabe usted eso?
-usted lleva su nombre
por su abuelo. Iba a llamarse santiago, pero al final le pusieron el nombre del
abuelo que nunca puco conocer, al menos en vida. Es curioso, de todos los
momentos en que puede manifestarse una cardiopatía, en su caso fue en el
momento de máxima felicidad. Eso si, a su abuelo no le habría gustado
conocerlo.
Salvador lo miraba
fijamente. No sabia que decir. La historia se la había contado su abuela miles
de veces, sin culparlo a él de la muerte, pero si como acto de responsabilidad
para sus actos. Y aquel desconocido emitía un juicio como si conociera los
pensamientos de sus abuelos. El siempre había notado que su abuela no estaba
orgullosa de él.
-quien es usted. Como se
atreve a decir eso. No pienso continuar esta conversación si saber de donde ha
sacado esa historia. ¿Se la ha contado Luisa? ¿Es una broma pesada?
-no conozco a su ex
esposa, aun. No altere, no le hará bien en su estado
-¿como que en mi estado?
Que sabe usted de mi estado. ¿Conoce a luisa o no?
Se levanto alterado y
copio por el pecho al hombre, como si fuera a golpearlo sacudiéndolo para
obligarlo a hablar. El dueño del bar se acerco dispuesto a zanjar la disputa,
pero una mirada del extraño le hizo detenerse, al tiempo que hacia un gesto con
la mano para que no se acerque. Salvador continuaba sacudiéndolo por la
pechera, y entre risas, empezó a recitar:
La muerte
entra y sale
de la taberna.
entra y sale
de la taberna.
Pasan caballos negros
y gente siniestra
por los hondos caminos
de la guitarra.
y gente siniestra
por los hondos caminos
de la guitarra.
Y hay un olor a sal
y a sangre de hembra,
en los nardos febriles
de la marina.
y a sangre de hembra,
en los nardos febriles
de la marina.
La muerte
entra y sale,
y sale y entra
la muerte
de la taberna.
-esta usted
loco-dijo al tiempo que lo lanzaba sobre la barra dispuesto a marcharse entre
las risas del extraño.entra y sale,
y sale y entra
la muerte
de la taberna.
-jajaja yo de usted no saldría, Salvador.
-váyase al infierno.
-¿No quiere acompañarme? Jajaja ¡siéntese ahí! Le daré otra muestra.
El tono fue autoritario y Salvador, bien por la sorpresa o bien por una fuerza misteriosa obedeció. El extraño se ajusto el abrigo de espaldas, aunque podía verle por el espejo del mostrador. Desde su posición pudo observar como los moros se levantaban un tanto aturdidos tras horas de consumo y salían del bar en alegre conversación.
-fíjese bien en ellos. En dos minutos, dos de esos marroquíes pasaran corriendo por la puerta en dirección contraria a la que han salido ahora. Poco después será un coche patrulla y una ambulancia la que vaya hacia la primera dirección. Tendrá el tiempo justo de ir al callejón que hay veinte metros más allá y comprobar que ha sucedido con el tercer marroquí. Yo le esperare aquí para contestar sus preguntas.
-¿como? ¿Esta usted loco?
-estése atento, falta poco.
Los dos miraban hacia la puerta, donde no pasaba nada. De repente, tal y como había predicho el extraño, dos de los marroquíes pasaron corriendo como si el mismo demonio los persiguiera, en la dirección contraria a la que habían salido.-vamos, date prisa, no tienes mucho tiempo.
El frío en la calle ya
apretaba, como era de esperar en un avanzado mes de noviembre. Cuando salvador
se pregunto que era lo que realmente estaba haciendo, estaba a punto de entrar
en el callejón, tal y como le había indicado el extraño. Allí vio como en el
suelo, en un charco e sangre, estaba el cuerpo inerte del tercer marroquí,
degollado como un cerdo en plena matanza de San Martín. A punto estuvo de
vomitar ante la visión del cadáver.
Sin saber por que,
cuando lo más fácil habría sido acudir a la policía o marcharse a casa, donde
encerrar un recuerdo mas tras varias latas de cerveza barata, volvió al bar.
Allí, en el mismo taburete permanecía sentado, de espaldas a la puerta el
extraño. Tomo el asiento de su derecha, y mirándolo fijamente, bebió de un
trago todo el contenido del vaso que su acompañante le servia, y tras esto, le
soltó una catarata de preguntas.
-¿quien eres? ¿Cómo sabias
la suerte de ese infeliz? ¿Quieres involucrarme en algo turbio? Mira no soy tu
hombre. ¿Por qué no me dejas en paz?
-por favor Salvador.
Diría que estas nervioso.
-¿eres un psicópata?
-por favor Salvador, soy
un artista, no me compares con esos carniceros estupidos que se masturban sobre
sus heces.
-¿un artista? Como un
artista predice la muerte de ese moro. ¿Quien eres?
El extraño bebió un
sorbo largo de su vaso, apurando una vez más su contenido. Parecía
transfigurarse y nada tenía ya del hombre que había entrado en un principio.
Lucia un aspecto más joven, y al mismo tiempo como un anciano. Su vestimenta,
sus modos, su acento era el mismo, pero al mismo tiempo, era distinto. Parecía
que el tiempo se había detenido antes de que dejara el vaso sobre la barra,
junto al suyo. Después tomo de nuevo la botella, ya por la mitad de su
contenido, y la miro fijamente, divertido. Mientras vertía de nuevo el
contenido sobre los vasos vacíos, hablo:
-Shinigami, Ah Puch,
Keres o Azrael son algunos de mis nombres, según donde te encuentres. Los
egipcios me llamaron Anubis y me adoraban con cabeza de chacal. Para los
griegos del sitio de Illion fui Thanatos. Mors me llamo Julio Cesar cuando lo
visite en los idus de marzo.
-¿la broma ha llegado ya
muy lejos no crees?
En ese momento, el
extraño le tomo la mano. Fría cual bloque de hielo, le miro a su cara y solo
encontró una calavera donde antes había carne, pero las cuencas vacías de sus
ojos, le miraban fijamente.
-dios mío, ¿ha llegado
mi hora?
El extraño volvió a su
forma original, y rió.
-¿crees que si viniera a
por ti perdería mi tiempo conversando? Soy un profesional.
-¿pero por que yo?
-no hay un por que.
Encargado de segar la vida, en ocasiones encuentro diversión en conocer a mis
futuros encargos. Solo algunos resultan interesantes. No creas.
-¿algunos?
-Luis XVI era un
pedante. No entendía por que le pasaba eso.
-espera un momento, ¿no
has venido a por mi?
No, pero de todas formas
es tarde. Tengo trabajo, amigo mío. Mañana tomaremos una copa.
Salieron los dos del
bar, mientras el dueño, aliviado por poder cerrar ya colocaba los taburetes
sobre la barra, para lavar el piso.
-discúlpeme, señor
muerte.
-llámame de otra forma,
hombre.
-si bueno, discúlpeme.
No creo que pueda volver a verle. No podría soportar la presión de…
-tonterías, si en el fin
de tus días igual tendré que visitarte.
-ya pero no sabre el
día.
-por favor, soy un
profesional, jamás revelaría ni tu día ni el de tus seres queridos.
-¿no temes que lo cuente
todo?
-¿para que te tomen por
loco? Pareces inteligente, pero es un riesgo perfectamente asumible. Piensa que
la muerte te esta mirando.
-si bueno, pero.
-mira no tengo
tiempo-dijo mientras paraba a un taxi y entraba en él- mañana nos vemos, tu
solo busca un bar, yo estaré allí.
-¿que tiene de malo
este? Acertó a preguntar Salvador.
-estará cerrado por
defunción.
Miro al interior del
local y vio como el dueño del bar se agarraba fuertemente el pecho y caía
desplomado. Se giro. Mientras el taxi se alejaba aun podía escuchar en su
cabeza la risa de la muerte al pronunciar su última sentencia.