dijous, 10 de novembre del 2016

Estadounidenses: no era el pato.

El autodenominado mundo occidental asiste atónito al desenlace electoral en los Estados Unidos. En realidad, nos estamos refiriendo a los estados desarrollados. En los países en vías de desarrollo, tan solo las élites oligárquicas andan pensativas en como rendir pleitesía al nuevo ocupante del trono imperial. Los países enemigos, ejes del mal y modelos alternativos de gobiernos, se debaten entre el esperpento jocoso y las medidas preventivas por si al nuevo presidente le entra el ardor guerrero. En verdad, nadie sabe lo que va a suceder, lo cual dice mucho de un sistema que se cae por su victoria aplastante sobre las alternativas.
Solo los representantes del extremismo más radical, xenófobo y ultranacionalista se han alegrado de la victoria de Donald Trump. Hay en su alegría poco disimulada una mezcla de desconocimiento tanto del personaje como de su ideología (suponiendo que su única ideología no sea el dólar). Además, su exacerbado entusiasmo viene provocado, muy posiblemente, por las ganas de acumular minutos televisivos y atención en las redes sociales, pues si algo nos ha recordado la victoria del multimillonario norteamericano, es que lo importante es que hablen de ti, aunque hablen mal. Y en eso, en ocupar minutos de representatividad, se emplean los movimientos xenófobos, nacionalistas y clasistas para pasar de minoritarios a mayoritarios. Cualquier declaración, cualquier minuto de gloria o foto, sirve a su única causa: hacerse con el poder a toda costa. Y los medios les siguen el juego, porque son noticia, y por qué no saben lo que les viene.
Causas de la orientación de voto en E.E.U.U. hay muchas. Poco gancho de la candidata demócrata. Un sistema educativo fallido que crea graves deficiencias de análisis crítico en la población mayoritaria. Desarraigo para con los orígenes (en el caso de la población inmigrante) que ve al nuevo inmigrante una amenaza para su adquirido estatus de ciudadano. Racismo. Xenofobia. Una crisis económica provocada por continuas políticas neoliberales sin ningún contrapunto (como sucede en Europa). O simplemente la miseria continuada y la desesperanza. Y aquí llegamos al punto principal en mi reflexión, que ha permitido llegar a esta situación en que solo el extremismo neofascista y el neoliberalismo parecen poder gobernar: la falta de contrapunto ideológico.
Una de las mayores victorias, a nivel mundial, del neoliberalismo es haber acabado con la competencia. Socialismo, comunismo…cualquier otro punto de vista de funcionamiento de una sociedad ha quedado desautorizado a partir de un falso “estado del bienestar” que una vez ha cumplido su función (hacer olvidar la lucha de clases y la movilización social) el sistema ha pasado a desmantelar, por motivos ideológicos. La gran estafa económica que hemos sufrido, vestida de crisis mundial, solo ha sido el punto de partida para la barra libre de liberalización de los servicios básicos de la ciudadanía, que culminara seguramente con una educación, una sanidad, un sistema de pensiones y finalmente una defensa 100% privatizada. El falso paradigma de que “lo privado está mejor gestionado” ha calado ante la rendición incondicional al sistema de quienes deberían haberlo puesto a prueba y haber luchado en su contra. La socialdemocracia, más que una solución, ha resultado un caballo de Troya.
¿Existe una resistencia como tal? Sí, minoritaria y fragmentada. Otra de las victorias del neoliberalismo es el individualismo imperante en nuestra sociedad. Como punto de partida, se ha alimentado dicho individualismo de proyectos nacionalistas, que han remarcado en todos los ámbitos (incluso el discurso de la izquierda) aquello diferente, en lugar de lo que nos une como clase social. Ese nacionalismo excluyente es el que más fácilmente ha calado, en lugar de educar en el multiculturalismo. El resultado es la desunión de movimientos de protesta, el carácter marginal de muchas organizaciones y partidos, que cuando han intentado obtener una victoria a través de la unión, no han tenido respaldo internacional, ni de medios, ni siquiera han conseguido acallar las distintas tendencias internas. Por poner el ejemplo europeo, lejos de una oposición organizada a la reciente deriva de la construcción europea, existen mil y una voces. Si a esto le sumamos una falta de liderazgo y de militancia, el resultado es que uno de los bandos, organizado y con una meta clara, tiene campo abierto para desplegar sus medidas sin apenas resistencia. Ni Iglesias, ni Sanders, ni Corbyn, ni Garzón, ni Grillo, ni mucho menos Tsipras han sido capaces de liderar una resistencia global desde sus propuestas. Son pequeñas aldeas galas resistentes al invasor, pero ineficientes frente a los movimientos políticos actuales. Quizás el planteamiento pueda resultar simplista, pues sus propuestas están alejadas del personalismo, pero si quieren ganar elecciones, necesitan ser carismáticos para sus votantes potenciales y para sus militantes presentes y futuros. Tienes las ideas, pero no convencen. No las transmiten bien.
Como consecuencia, dichos movimientos, cargados de razones, han sido insuficientes para ofrecer a una población una solución electoral. Una población mediatizada por un discurso del miedo (que vienen los rojos) de los medios neoliberales, que han orquestado por distintos intereses principalmente económicos. Esos rojos, articulados en torno a la denominación “antisistema” han sido maniatados ante la opinión pública, que ante la falta de liderazgo y de organización de dichos movimientos, y ante su compleja organización interna, no ha resultado atractivo al elector mayoritariamente. Así que el elector, buscará un discurso, un movimiento y unas formas más sencillas, menos complejas, más acordes con una vida sencilla y sin preocupaciones.
Ese es el escenario más alarmante que nos deja la victoria de Donald. El sistema no es capaz de promover alternativas distintas a estas alturas, quemado por muchos años de continuismo en sus políticas. Por otra parte, dentro del movimiento antisistema, se engloba no solo a los que quieren destruir el sistema por la izquierda, si no a los que lo quieres destruir por la derecha (simplificando mucho el escenario). La simplicidad del discurso xenófobo, racista y clasista de unos resulta mucho más atractivo a una población privada, por distintos medios y causas, de una capacidad de raciocinio crítico básica. Movida por impulsos, la población puede elegir, amparada por el espectáculo de los focos y los discursos mediáticos, y además con todo derecho, un suicidio social.

Y la historia nos demuestra el resultado de dichas elecciones. Quizás muchos americanos eligieron a Donald con el simpático recuerdo de un pato en la memoria. Legítimo, pero estúpido. Quizás no sea esa la causa, y prime más el descontento. Pero para acabar con el descontento, votar algo distinto solo por ser distinto, aunque sepas que va a ser peor, no es muy inteligente. Eso, será legítimo en un régimen democrático, pero sigue siendo una estupidez. ¿Solo nos queda la desobediencia civil?