dimarts, 19 de juliol del 2011

Fue una gran metedura de pata...

Fue una gran metedura de pata. Lo valiente habría sido solucionarlo en aquel mismo momento, por que medios los había, pero una vez más fui un cobarde, y ahora no tenia remedio. Ella lo entendería, pensaba mientras intentaba convencerme a mismo de que con el tiempo, me perdonaría. Lejanas quedaban aquellas noches de verano, juntos junto al mar en la más absoluta soledad acompañados por la luz de las estrellas y el rugir de las olas y las multitudes beodas.
Tan solo habían pasado unos meses, un tiempo en que habría bastado una palabra, o un gesto para evitar el desastre, pero ahora era demasiado tarde. El tiempo había pasado, y mil y una veces me había parado ante el espejo, y mirándolo fijamente había pensado en decírselo, pero el valor se diluía al acercarme y las palabras dignas y firmes se tornaban simples saludos y balbuceos que siempre se malentendían.
Ella lo entendería me repetía. Sabría que no era verdad. Que solo mi cobardía me había llevado a mi situación actual, a mi condena. Bueno, espero que pudiera amar a un cobarde. Durante muchos años mi falta de gallardía me había impedido plantearme la pregunta más básica de todas, ¿era realmente lo que quería? Pero el tiempo había pasado, y al nunca hacerme la pregunta, jamás había obtenido la respuesta. Ni tan siquiera cuando la encontré ya crecido, mayor, había tenido valor de sincerarme y afrontar las consecuencias. Fui un mezquino hipócrita queriéndolo todo a la vez que nada y ahora el destino me pagaba con una condena de por vida. Ni tan siquiera en nuestro último encuentro, al amparo de mis amigos más íntimos y de la noche, fui capaz de tomarla y marcharme.
Hoy era ya demasiado tarde. Mis miedos y faltas me acompañarían ya de por vida. El banquete estaba pagado. Los invitados aguardaban la llegada de la novia y yo, de pie frente al altar junto a mi emocionada madre, estaba condenado al matrimonio. Adiós soltería, nunca te olvidare.