dimecres, 3 de juliol del 2013

No hay somnolencia sin sueño.

Desde el más alejado paraje de la inmensidad de la mar océana. Ante el más tenue destello en la magnificencia del cielo nocturno, atrévase con ojos del experto marinero que jamás partió de puerto a pronosticar la más grande y esplendorosa de las tormentas de la naturaleza: lucidez.

Pobre navegante sin rumbo ni estrellas que perseguir a ninguna parte. Que viaja hasta naufragar en cualquiera isla. Atolón que responda al nombre maldito entre los benditos. Aquellos caídos del paraíso terrenal a la mundana existencia de los diferentes: como si el nombre mundano importara en la parla de lo divinamente inmortal. Percepciones imperceptibles para el comúnmente llamado diferente por sus iguales. Elixir maldito, divino tesoro, rumbo perdido, vía seca, naufragio y madre del timón.

Tempestad que arrulla los sentidos hasta convertir en sensible lo insensible. Dolor que clama el cielo cuando abriendo sus nubes desparrama su liquido volumen ante la grandiosidad de la nada. Y ante todo ello: soledad, tristeza y abatimiento ante la seguridad de la inmensidad de lo que nos queda por descubrir y por lo ya navegado de una ruta sin retorno ni sosiego.

Sincera brisa que hinche las velas, ¿anuncia tormenta o tranquilidad? Cautos nautas. Popa a barlovento: advirtamos los versos de Melkart.

"Μητέρα Hadtha Kart, επιστρέφω πηδάλιο μου"