dilluns, 23 d’abril del 2012

Relato para el 23 Abril...

Eran tiempos oscuros. Las tinieblas cubrían toda la tierra y nadie podía vislumbrar como escapar de aquella opacidad. Los seres humanos formaban un rebaño guiado con mano férrea por los señores de hielo, que dominaban sus mentes sumiéndolas en la oscuridad y dominando el calor. Cuando todo parecía perdido y la existencia se volvía monótona y previsible, emergió inesperadamente del lugar menos esperado, una tenue luz. Primero fue un leve centelleo, que poco a poco fue ganando pulso, hasta convertirse en un poderoso resplandor. Así, en lo alto de una cima inexpugnable apareció a nuestros ojos. Lejana e inalcanzable, pero cálida y cercana. Así se mostró al mundo. Para nuestro protagonista fue inesperado. Uno de los últimos resistentes, cuando las tinieblas a punto estaban de vencer en su ánimo y reclutarlo como un miembro más del rebaño. No obstante, esa luz pronto le iluminó, le dio calor y le proporciono algo diferente. Un algo nunca sentido, que fue real tan solo con contemplarla. Pronto se vio inmerso en una dinámica que le volvía mejor, había algo diferente. Se sentía vivo por primera vez en su negra existencia mientras su entorno se sumergía en las tinieblas que todo lo rodeaban. El tiempo pasaba y él, más vivo que nunca empezó a mirar a la cima donde la luz, pequeña pero brillante, le guiaba en el camino. Gracias al fulgor que le iluminaba rindió mejor que nunca en sus labores, y pasaba las horas ganadas al esfuerzo tan solo contemplándola, sintiéndola tan lejos y al mismo tiempo como si siempre hubiera sabido que estaba ahí. Tan solo ver le daba el calor necesario en mitad de la fría noche de la existencia. Pronto no fue suficiente, y ante la atenta mirada de los señores de hielo empezó a mostrar su tesoro a sus compañeros. Estos no comprendían, no entendían el valor de aquella luz lejana. Solo veían la dificultad, la elevada muralla que protegía aquella delicada llama. Tan solo observaban desde su simpleza que aquello era inalcanzable, pero para nuestro protagonista aquella luz significaba esperanza. Muchas veces había sentido el calor del odio, de una hoguera o del cuerpo de una compañera, pero nunca algo así, tan distante, tan especial. Algo único siempre podía suceder en aquella lejanía, sin que nadie hiciera nada, sin acercarse, sin llegar a tener. Él tan solo sentía la dicha de poder contemplarla con sus ojos, aunque los demás jamás lo entendieran, aunque la llama jamás apreciara su existencia ni por que aquel extraño la observaba todos los días, como si de la roca sobre la que se asentaba se tratara. Sentía que cualquier día podía amanecer una vida nueva para sí y los suyos de la misma forma que había aparecido aquella luz. Pero un día, todo cambio. Quizás cegado por la condición humana olvidó la distancia inabarcable ofendiendo a los dioses. Quizás los señores de hielo decidieron que su rebelión había ido demasiado lejos. Quizás, simplemente las cosas que llegan inesperadamente se van cuando menos te lo esperas. Y la luz dejo de brillar. No dejo brasas, ni siquiera se apagó como se apaga un candil, perdiendo brillo en una lenta agonía. Simplemente dejo de existir. Y la vida siguió, como siguen las cosas que no tienen mucho sentido. Las tinieblas volvieron a cubrir su existencia. Todo el mundo lo miró y lo vio como uno más que volvía al redil. Él, sin comprender que había ocurrido, cada día acudía al mismo lugar desde donde la luz guiaba su existencia en la lejanía, pero esta vez la lejanía era tal, que el calor se convirtió en frio. Allí nunca había habido nada, todo fue un sueño. Y el dolor se hizo insoportable. Pero la semilla estaba sembrada ya y él sabia que si bien no fuera aquella luz, en otro lugar, en otro momento, el mismo calor podría inundar todo y darle un sentido a su vida, lejos del rebaño y de la oscuridad. Simplemente continúo su camino, guardando en lo más hondo el calor que aquella luz lejana, inalcanzable e imposible, le había enseñado a sentir en sus sueños. Porque la vida está para perseguir imposibles, no para conformarse con lo que nos dejen al despertar los sueños. Lejos, en la cima de la cumbre donde antes guio la dicha de nuestro protagonista, una mano invisible cubría el brillo de una luz, escondiéndola. Una luz cálida, excelsa y especial. Tan viva como el primer día. Ella seguía brillando, solo que para otros ojos. Y a aquella luz la llamó razón. Y poco a poco fue calando en sus compañeros, hasta sacarlos de la oscuridad. Y nuestro héroe transmitió sus sensaciones mediante la palabra, lejos del dominio de los señores de hielo, utilizando el arma perfecta, el libro.