dijous, 9 de desembre del 2010

Una verdad sobre el nacionalismo.

Mañana, 10 de diciembre de 2010 se hace entrega del premio Nobel a un autor curioso. Un intelectual de los de antes, aunque con ideas que no comparto en su totalidad, Mario Vargas Llosa. Con una juventud de izquierdas, su periplo personal le llevo a defender posiciones liberales en la madurez, el tiempo le hizo conservador cuando fue progresista. Incluso en su caminar por la vida, resultando un ejemplo de ciudadanía activa que todos deberíamos plantearnos alguna vez, opto a la presidencia de su país, siendo derrotado en las urnas.
Mucho se podría discutir sobre los preceptos que guían la concesión de un Nobel. Ilustres escritores, dignos de admiración y que pasaran a la historia han sido galardonados con el titulo, pero no podemos olvidar que muchos de los ganadores nunca hicieron los meritos necesarios para la inmortalidad que debería premiar dicho galardón. Por el contrario, autores inmortales como Proust, Borges, Tolstoi, Joyce, Kafka, Valle-Inclán... nunca tendrán el reconocimiento de la academia, pero tampoco lo necesitaran.
Muchas veces hay intelectuales que no son afines a nuestras ideas. Descartamos sus escritos, palabras e ideas directamente por ser unos fachas, o por ser unos rojos, o unos verdes… es una mala acción. Lo correcto, lo inteligente, es conocer el pensamiento de todos y saber extraer de sus ideas aquello que es opinión, de aquello que son hechos o realidades.
Una de las afirmaciones que realizo en su discruso de aceptación me llamo la atención, por su agudeza y por su viveza. Sin anestesias, hay que decir que tiene razón. Otras partes de su discurso podrán compartirse o no, sin duda dependiendo de factores ideológicos o económicos. Pero si por encima de todo valoramos al ser humano en su esencia y universalidad, no podemos sino compartirla. Como bien dice, el nacionalismo es la causa de algunos de los mayores males de la humanidad, de los conflictos más crueles que se han vivido en el siglo XX. El nacionalismo podrá presentarse de las formas más dulces y seductoras, pero en el fondo no es más que la defensa de la primacía de unos pocos sobre los demás por cuestiones de raza, nacimiento o cualquier invento de la ingeniosa mente humana. Además, sirve para enmascarar muchas de las barbaridades que el ser humano hace a sus semejantes, y es pernicioso. Cualquier nacionalismo parte de una premisa, es excluyente, excluye a una parte de la humanidad por una serie de causas, e intenta beneficiar a otra. Con frases como “que ha sido la causa de las peores carnicerías de la historia”, “las patrias no son las banderas ni los himnos, sino un puñado de personas y lugares que pueblan nuestros recuerdos”, “Ojala que los nacionalismos, plaga incurable del mundo moderno y también en España, no estropeen esta historia feliz” solo hace que advertir, desde su experiencia y conocimiento, sobre una realidad que nos rodea, secuestra y engaña para desgracia nuestra.
Pero me quedo con esta definición exacta de lo que es el nacionalismo, la cual comparto desde mis ideales de izquierdas, tan ajenos al señor Vargas Llosa como lo son del nacionalismo, se vista como se quiera vestir este: “nacionalismo, ideología -o, más bien, religión- provinciana, de corto vuelo, excluyente, que recorta el horizonte intelectual y disimula en su seno prejuicios étnicos y racistas, pues convierte en valor supremo, en privilegio moral y ontológico, la circunstancia fortuita del lugar de nacimiento”.

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