diumenge, 28 d’octubre del 2012

Una leyenda...


El cielo aún no era cielo. El mar no era mar. La tierra, aun no era la tierra. Solo el verbo era verbo. Blaidd marchó como cada tarde hacia el vado. No dejaba de ser la rutina de todos los días, ya que el vado era con diferencia el lugar más tedioso y apacible de todo el valle. Pero algo diferente había allí esa tarde. Al principio no le dio mucha importancia, pero al día siguiente, al volver al mismo lugar con la esperanza de encontrarlo, su ausencia le dolió como si le hubiera faltado una parte de sí mismo.
Pero allí lo encontró el tercer día. Un brillo oculto, un calor breve pero intenso, vital. Algo precioso que sus compañeros no parecían apreciar, pero que a él le parecía lo más maravilloso que nunca había sentido. Al principio lo preservó en origen, sin atreverse a tocarlo, a sentirlo. Solo acudía cada día al mismo lugar, con la esperanza de que no se hubiera marchado, pero allí estaba siempre. Y él era feliz contemplándolo brillar, en silencio.
Decidió que permanecería oculto, para preservarlo, pero él quería más, quería verlo en todo su esplendor, con toda su fuerza. Al mismo tiempo tenia miedo, temía que al buscar más, al perseguir lo que soñaba, se quedara sin nada. La emoción que le embargaba y las dudas fueron más poderosas y decidió consultar con los astros sobre su igual. Estos se mostraron asombrados por la audacia de conservar algo que consideraban un mito, algo que nunca ocurría. Reunidos en consejo, decidieron que Blaidd seria el encargado de alimentar cada día esa tenue fuerza que a pesar del poder que emanaba, era delicada y mucho más frágil de lo que habían pensado en un principio.
Y durante mucho tiempo, Blaidd cumplió con su deber para con la comunidad y con la misteriosa excelsitud que debía conservar. Le daba el alimento que creía necesitaba como el poeta da versos a la humanidad, para así preservar su luz, brillo y candor de la intemperie y de todas las amenazas. Cada día, con un cariño y dedicación absolutos, le dedicaba su tiempo esperando que ese brillo que le encandilaba no se apagara nunca. También mantenía la secreta esperanza que merced a sus cuidado, el brillo fuera a más y se hiciera brillante para todos, embargando la vida con la luz que le embargaba a él.
El tiempo transcurría con su devenir inexorable. Muchos compañeros de Blaidd empezaron a rondar también la misteriosa fuerza curioso por lo que era el centro de sus atenciones, lo cual le agradó. Merecía todos los cuidados y todas las alabanzas que le pudieran otorgar, por que era algo único, especial y extraordinario en su sencillez. Blaidd seguía anhelando secretamente poder llegar a comprender toda la magnitud que contenía, pero apenas había cambios que no fueran un ligero brillo o un ligero menguar en su intensidad. Alarmado consultó de nuevo a los astros y estos le dijeron que los cuidados eran adecuados, que su tarea solo era alimentar esa luz para que no dejara de brillar. No comprendían, o quizás comprendían en demasía las dudas que le embargaban sobre su tarea.
Y un día, sucedió algo inesperado. Blaidd cayó en un pozo oscuro. Apenas sentía ya aquel calor en la oscuridad de la fosa. Durante días temió no por su existencia, si no por la de la misteriosa maravilla. Pensó y temió, como mortal que era, que al carecer de sus cuidados, pereciera apagándose, perdiendo su excepcionalidad en la tediosa existencia común. Con esfuerzo logró salvarse, saliendo del foso y partir raudo hacia donde se encontraba su tesoro. Comprobó que allí permanecía. Pero había sucedido algo que no comprendió. Donde había faltado su alimento, su dedicación y su esfuerzo tan solo había pasado el tiempo. Pero lejos de alegrarse, se torno receloso. Temió perder su lugar de privilegio, la tribuna que ocupaba en la contemplación y aun más no alcanzar lo que más deseaba, aquello especial que solo él parecía ver. Temió no poder controlar el brillo, ni adorarlo eternamente y no comprendió que era la misteriosa maravilla la que decidía por si misma, por que era especial y él solo un imperfecto mortal. Obnubilado en su vanidad y por la excelsa presencia, no sintió su imperfección. Ellos no comprendían su brillo, no entendían la magnitud de la maravilla que contemplaban y allí estaban intentando acompañarla. Ni ella misma parecía comprenderse. Esa fue su condena.
Enloqueció y la ira se apodero de él. Atacó con todo lo que tenía al brillo para apagarlo. No quería extinguirlo, si no incrementarlo. Pero parecía que buscara olvidarse de él, destruirlo, que nadie pudiera contemplar lo que él contemplaba. Consiguió que el brillo menguara. Debía reaccionar. Siguió atacando, sin razón, sin objetivo, sin querer otra cosa que provocar una reacción. Pero se apagaba. Pasó un día, dos días…y no reaccionó. Y después, llego la reflexión y el arrepentimiento. Se había equivocado y ahora lo comprendía. Intentó volver a alimentar el brillo, recuperar el calor, la excepcionalidad, pero el mal ya estaba hecho. El calor se había ido y solo quedaban pequeñas ascuas. No comprendió que aquel brillo que veía, por el mal de sus actos, ya no tenia sentido. Lo había perdido queriendo conseguirlo.
Los astros, ante la temeridad de su acto, decidieron que era indigno. Estaba maldito. Pensaron y reflexionaron en como honrar a la maravilla que había sido desairada por la imperfección de su más fiel creyente. Y tomaron la decisión correcta a sus ojos: el dolor eterno de la ausencia. Enviaron a la misteriosa maravilla al cielo de la noche, donde su brillo acompaña a las estrellas robándoles el protagonismo del cielo nocturno. La llamaron Lleuoad, luna en su lengua. A él lo condenaron a vagar por la vida, echándola de menos eternamente, solo pudiendo observar en la lejanía a la maravilla. Para que no sintiera su calor, ni pudiera disfrutar del brillo de tan insigne excelsa perfección, le privaron de la razón, aquello que le permitía adorarla donde otros ignoraban. Lo convirtieron en lobo, que es lo que significa blaidd en lengua gaélica. Él aceptó su condena, la de sus pecados y su falta para lo que consideraba más importante. Le había fallado a lo que más quería. Merecía su dolor.
Y así, las noches de luna llena, cuando ella reina en la oscuridad de la tierra, el lobo recuerda a la maravilla pérdida. Espera que con su triste lamento, ella recuerde que nunca la olvidará, por que fue, es y será especial por toda la eternidad.

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