dijous, 15 de setembre del 2011

Porque yo tengo una banda...

Originariamente debieron surgir como simples reuniones de amigos, que aprovechaban la casa de uno de ellos, cercana al centro de las celebraciones como local de reunión. Seguramente más tarde debieron pensar en utilizar las cocheras, garajes o bajos para dichas reuniones sociales, donde celebrar primero ‘porrats’, después comidas y cenas. Con el tiempo y la aparición de los ‘carafales’ la estructura se volvió más compleja, y surgieron los colores y las primeras prendas uniformadas, generalmente blusones y pañoletas. Fue ya en la tercera generación de festeros, cuando el tiempo se volvió más acelerado y convulso, cuando se vio el negocio, y cuando la mayor parte de los recursos pasó de dedicarse directamente a la subsistencia a pasar a gastarse en imagen, marca y ocio, cuando las peñas se convirtieron en lo que son hoy en día.
¿Y que son hoy en día? Pues seguramente algún antropólogo podría incluso darle la denominación de banda urbana. Seguramente, y no siempre para bien, las peñas han sustituido algunos de los roles de identificación, protección y aceptación que otrora ostentaron los núcleos familiares. Muchos de los individuos que hoy en día forman parte de las generaciones que sustentan dichos grupos solo se sienten realizados como seres sociales a través de sus peñas. Lo cual resulta bastante triste como evaluación de su racionalidad. Declinan su responsabilidad individual como sumisión al colectivo.
Esto puede suponer un problema a la larga, como en cualquier sociedad que ve que la toma de decisión del individuo es sustituida por la de un grupo, donde no siempre se asegura la toma de la mejor decisión ni está se toma en condiciones de libertad. Siempre puede pesar el miedo a la marginación. Estos grupos, mayoritariamente, responden a estigmas identificativos hostiles a otros grupos, sobretodo en los más jóvenes, aunque todos responden a las mismas líneas maestras. Quizás podríamos encontrar una parte del origen y funcionamiento de los mismos en las cofradías que marcaban el ritmo en los barrios más humildes de Roma, por ejemplo.
Generalmente, estas peñas tienen un nombre que pretende ser provocativo y subversivo. Tienden a basarse para la elección del mismo no en la inteligencia, si no en el sexo o los psicotrópicos. Caen muchas veces estas denominaciones en el humor zafio, o la simpleza. Muchas de estas peñas utilizan además sus uniformes como nivel de identificación, como marca de exclusividad igual que bandas latinas utilizan colores para identificarse. En la raíz es lo mismo, dar a entender que perteneces a un grupo mejor que otro. Este sectarismo muchas veces desemboca en violencia, algunas veces física como bien se conoce en nuestro pueblo, pero también en exclusión y discriminación de colectivos e individuos.
También sus locales, los conocidos ‘casales’, han cambiado. Tarifas abusivas, localizaciones diversas, guetos y horarios pseudo transgresores. En muchos de ellos el intercambio gratuito de bienes y la hospitalidad, siempre proclive al abuso, se han alimentado del ánimo de parecer mejor que el otro, convirtiéndose en un negocio casi siempre sumergido y en un intercambio de imagen. Pero la misma sociedad se ha transformado para potenciar estas asociaciones de ciudadanas, que no ciudadanos asociados, promoviendo esta competición y este desfase, hasta el punto que si no tienes peña, parece ser muy difícil poder disfrutar de las fiestas. Te catalogan de bicho raro, y se da por supuesto que, debes pertenecer a un grupo y ese grupo representa tu persona. Sin grupo, sin peña, no eres nadie. O eso buscan vender al individuo, la necesidad de una aceptación social mayoritaria para la realización personal. Para ellos, para los que participan y promueven este sistema clasista y de separación social, además de elitista, cualquier divergencia o diferencia es una amenaza y debe ser señalada y neutralizada. Es más fácil seguir al rebaño, eso también es cierto. Como parte del liberalismo imperante, solo se entiende un individualismo competitivo, nunca un cooperativismo, y mucho menos un socialismo. Y aunque la ‘peña’ pueda parecer eso, una especie de colectivización de las fiestas, tan solo es una mercantilización, alineamiento y método de control social de las mismas mediante la estratificación. Es más fácil controlar grupos pequeños de peñistas, que un gran grupo de ciudadanos.
Esto, que tampoco pretende ser un análisis científico, si no más bien un análisis personal u opinión, me lleva a las siguientes reflexiones: ¿están bien realizadas unas fiestas que te obligan por defecto a pertenecer a un grupo sectario? ¿Puede una sociedad subsistir sobre una base que se fragmenta según valores más que discutibles de asociacionismo? ¿Puedes vivir unas fiestas plenas sin pertenecer a una peña tal y como se entiende ahora?

Seamos serios y recuperemos la peña como lo que nunca debió dejar de ser, una reunión de amigos para fiestas.

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