diumenge, 29 de maig del 2016

Lo absurdo de un nacionalismo europeo.

Ahora que la Unión Europea está más desunida que nunca, con movimientos nacionalistas y xenófobos crecientes en los países miembros como no se recuerda desde los años 20 del pasado siglo XX (sí, ocurre en Francia, Inglaterra o Alemania y es aún peor en los países provenientes del bloque soviético) es el momento de preguntarnos qué ha fallado. Una respuesta, como no podía ser de otra forma, es el sistema educativo.

Cierto es que se pretende de forma generalizada, desde las aulas, la implementación en el alumnado de unos valores nacionales, que creen una imagen unificadora para todo el territorio y una cohesión propicia para la comunidad. Esta acción, reprobable hasta cierto punto pero también necesaria en su justa medida, la cometen tanto nacionalistas españoles (mayoritarios en gobiernos del Partido Popular en España o las comunidades autónomas por ejemplo) como nacionalistas catalanes, gallegos, vascos, andaluces, franceses, italianos, alemanes… Hace falta una cohesión social, pero en lugar de buscarla en la condición humana, en lo que les hace iguales, se agarran a elementos variables, donde identificarse sin duda, pero interesados y excluyentes. Simplemente cada uno de estos movimientos nacionalistas se concentra en un territorio, donde determinan en base a supuestas razones históricas infalibles aquello que es íntegro y propio, y señalando lo ajeno como invasor, impuesto o en el la perspectiva española, separatista. Ninguno valora la riqueza cultural que le aporta el intercambio de ideas. Ninguno supone que lo ajeno no tiene por qué ser invasivo, sino solo diferente. Unifican en torno a una idea excluyente en sí misma, además basada en supuestos más que discutibles.

Esta realidad, que nos envuelve y sacude desde todos los ámbitos, es aún más precisa en las aulas, donde no existe la libertad de cátedra (salvo en las universidades) y los temarios y decretos estatales y autonómicos dejan en verdad poco margen al docente. Un docente que, ya puestos, debería ser imparcial en la presentación de su materia, y provocar el desarrollo cognitivo íntegro de sus alumnos, reservando sólo para ocasiones especiales (y muy espaciadas) su juicio personal. Más que cuestionar, debería centrarse en que no influyan al alumnado, sino que este sea crítico con los estímulos que recibe de forma autónoma, y gradualmente.

¿Quién defiende Europa? o ¿qué debería ser Europa? son preguntas que tampoco vendrían a ser competencia del profesorado. Sin embargo, la defensa del ideal europeísta sí debería ser parte fundamental del currículo en nuestros centros. Por qué la Unión Europea, al menos potencialmente, nos puede proporcionar un entorno muy favorable al desarrollo tanto personal como de nuestra comunidad. Pero claro, hablamos de una Europa integra, no el conjunto de mercados y el neo imperialismo en que se ha convertido. ¿Cuál es la causa que una idea lúcida, posiblemente tan impresionante como lo fue en su momento la integración llevada a cabo por Alejandro Magno en su imperio (que ni tan siquiera sus más íntimos comprendieron) se ha reducido al mercadeo y la constante búsqueda de beneficio económico?

Un conjunto de causas puede resumir esta situación. El rechazo de fuerzas conservadoras a cualquier cambio que pueda suponer la pérdida de su situación privilegiada. La victoria en las urnas de dichas fuerzas retrógradas, que no creen en una Europa de los pueblos, si no solo en las cuentas de ventas. La falta de conciencia en la ciudadanía, más preocupada en estos momentos en llegar a final de mes que en lo que ocurre en las altas esferas (las mismas que han provocado tanto la crisis como los recortes que les asfixian). Y en lo más alto, la falta de concienciación en las aulas de europeísmo, tanto la que recibimos nosotros por parte del sistema educativo como la que sigue recibiendo el alumnado en nuestros días. No existe el espíritu europeo.

¿Sería necesario pues un nacionalismo europeo? Nada más equivocado. Esa es la parte que, a mi entender, la mayoría de la ciudadanía, de los estamentos y de los posicionamientos políticos no entienden. El movimiento europeísta, tal y como yo lo entiendo debe parecerse más a una Internacional Socialista que a un movimiento nacionalista. Esto, por sí mismo, es bastante complejo. Sí mucha población sigue sin entender en qué consiste un movimiento internacional, y lo asimila a criminales, antisistema, revolucionarios y genocidas (mezclándolo todo como en una paella para turistas si me permiten el símil localista), ¿cómo vamos a pretender que pueda imitar su concepción igualitaria de los pueblos para defender una Europa unida?
Lo cierto es que dichos movimientos, que acabarán desintegrando el movimiento europeísta y condenarnos a repetir situaciones indeseables del pasado, sólo pueden combatirse desde la educación. Una educación que defienda una serie de valores que, estaremos de acuerdo, son propicios para la vida en sociedad y en comunidad. Unos valores que, lejos de ser partidistas o sectarios, son necesarios, y tan fundamentales como los derechos humanos. Esto no omite que haya que poner en valor valores regionales, pero no aislarlos de su entorno, ni de la influencia de otra serie de valores. El ser humano es lo que es por compartir, por dejarse influenciar e influenciar. Los movimientos culturales, científicos y sociales más beneficiosos para la humanidad, han surgido de esa mezcla, de esa mixtura. Podríamos definir como anti humano el querer aislar determinados condicionantes para evitar que cambien. En el cambio, la adaptación y la mezcla encontramos sin duda el futuro. Si nada se mueve, si nada se cambia, al final, no quedará nada.


            Es en las aulas, con el alumnado, con el ciudadano del futuro donde tiene que librar esta batalla. Nada va a cambiar a la población adulta con facilidad, pero en el futuro es donde se puede conseguir algo beneficioso para todos. Los tradicionalistas, los retrógrados, los nacionalistas, los empresarios...todos lo tienen claro. Es el momento de que el resto también lo tengamos. Si queremos cambiar algo, hay que cambiar la educación. Ahí es donde se discute el futuro, no en los mercados, ni en un campo de fútbol, ni en una tienda de Apple, pero a nadie le importa. Donde tenemos el problema, es donde encontraremos la solución.

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