divendres, 25 de desembre del 2015

La Bastilla del socialismo español.

barón, nesa
3. m. y f. Persona que tiene gran influencia y poder dentro de un partido político,una institución, una empresa, etc.
Conocidos así son, en el argot político del país, un grupo de dirigentes políticos que, bien por méritos o deméritos de sus adversarios, adquieren cierta influencia y poder de decisión sobre sus iguales. Como sus iguales no nos referimos a los ciudadanos, sino a sus compañeros de partido (generalmente afiliados o simpatizantes). Pero, ¿son realmente estos príncipes territoriales personajes dignos de consideración?
Quizás podamos entender que un resultado electoral legitime una opinión, si nos olvidamos que la actuación de la ciudadanía en las urnas no está regida por factores muy diversos. Pretender que un presidente de comunidad autónoma o un alcalde de ciudad importante, por el mero hecho de obtener su cargo, tiene una voz autorizada no solo para opinar, si no para imponer sus opiniones o intereses al resto de los miembros de su partido es un concepto muy servil, muy poco socialista.
Posiblemente en partidos de otra ideología, preservadora de escalas sociales y de diferencias de clases, estar en una posición de responsabilidad otorga automáticamente una autoridad frente a las opiniones de otros. Pero eso no es un posicionamiento a priori de izquierdas, donde todas las opiniones deben tener el mismo peso. En la izquierda, todos, el que manda y el que obedece son iguales. Las opiniones son igualmente válidas, solo autorizadas por los méritos de unos y otros, que además están en continua revisión y actualización. Paradigmas de lo que simplificamos en derecha se introducen en formaciones de izquierdas, como peligrosas tendencias que deslegitiman y sobretodo alteran la naturaleza de movimientos políticos. Posiblemente la cercanía al poder, las relaciones con otras ideologías infecten de estos autoritarismos a formaciones a priori igualitarias. El caso del Partido Socialista Obrero Español es un claro ejemplo de esta infección, que amenaza con destruir una organización centenaria con más luces que sombras, más que les pese a las posiciones más conservadoras o ultra conservadoras. Los años de gobierno han llevado la putrefacción ideológica a su estructura interna. Se acostumbraron pronto sus miembros al seguidismo ciego, olvidando la crítica interna y lo que es aún más peligroso, la autocrítica. Se enquisto este mal con los años de gobierno y ahora, cuando han perdido el poder, estas posiciones se han rebelado contra la verdadera esencia que los originaron, acusándoles además de ser las que propician la crisis y su propia perdición. La solución, volver a los orígenes, es así presentada ante la opinión como la causante de los males.
Estos caciques territoriales, pertenecientes en el caso que nos ocupa al partido que debería haber destruido las figuras caciquiles, establecen asimismo unas potentes redes clientelares, que les sustentan y que son en primera instancia víctimas de esta putrefacción ideológica, y después colaboradores necesarios. Estas figuras, que sobrepasan de largo las de primero entre sus iguales, no solo gobiernan según sus propios intereses y los de sus interesadas amistades, sino que pretenden imponer desde su falsa legitimidad como líderes (o presunto liderazgo) su opinión como ley. Pero, ¿quiénes son esos barones? Son el último refugio del antiguo régimen partidista, de una forma de pensar que enquistada en el sistema, abandono las vías del socialismo en alas de la socialdemocracia, y terminó convirtiéndose en el brazo más amable del conservadurismo. Estas taifas regionales, que señalan en el dedo posiciones nacionalistas acusándoles de malvadas, son en sí mismo pequeños reductos regionales que se miran el ombligo, dejando de lado no solo un movimiento internacional, si no la cohesión del socialismo. Son traidores y conversos, son casta, son el último reducto de eso que ha venido a llamarse vieja política. ¿que autoridad detentan para, por encima de sus bases, las únicas que deberían tener derecho a decidir, tomar una decisión tan importante como la de impulsar un gobierno progresista en este país o permanecer en su cueva? Seguro que en sus taifas y palacios presidenciales, conseguidos en muchos casos mediante pactos, solo buscan mantener sus privilegios de clase. ¿Es eso socialismo?

Llega la hora que los socialistas que queden dentro del PSOE den un paso al frente y hagan caer a su propia nobleza. Que a esos representantes del antiguo régimen partidista les llegue su guillotina política, y que la democracia asamblearia recupere su lugar en un partido que antes que español, era socialista, y antes que socialdemócrata, obrero. Recuperar esas dos palabras es muchos más que salir a la calle, es ser parte de la calle. Solo sí las posiciones de izquierdas alzan la voz dentro del PSOE y recuperan su lugar, dando paso a una meritocracia interna, en lugar del continuo caciquismo de amiguetes, el PSOE tiene futuro. Y si no se puede, lo mejor es dejar caer el edificio, si tiene los cimientos ya podridos, y empezar a levantar otra casa en otro lugar, con otras siglas, y la lección aprendida. Llega la hora de tomar la Bastilla.

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